
Atom Vercorian es un joven detective en el París de finales de los años cuarenta. Aunque tiene talento, la fortuna no lo acompaña y apenas puede sacar adelante su pequeña agencia de detectives, que comparte Mimi, una atractiva joven con muchos contactos. Sin embargo, la cercanía que tiene Atom con la jefatura de policía francesa le permite estar al día de los casos más sonados… y no es para menos, ya que es hijo del comisario de la policía judicial. Precisamente, el comisario Vercorian está viendo como los grandes jefes se le están echando encima por no conseguir recuperar las joyas de la Begum, una destacada miembro de la jet set, que fue víctima de un robo en la Costa Azul. Con pocas pistas, pero con muchas ganas de resolver su primer gran caso, Atom partirá con Mimi hacia el sur, aunque ello conlleve desatender sus responsabilidades como buen hijo que prometió a su padre que no sería ni policía ni detective.
Como uno de los referentes de la nueva línea clara, la pareja formada por Yann y Schwartz nos presentan a unos nuevos personajes que, si se tratan como es debido, pueden tener un recorrido muy largo tanto en el mercado franco-belga como en el internacional. El guionista, uno de los más prolíficos de las últimas décadas, se vuelve a reunir con el dibujante con el que ya colaboraron en Gringos Locos —historia de backstage del cómic belga— y en las tres entregas de Spirou que hicieron para Dupuis —El botones verde caqui, La Mujer Leopardo y El Señor de las Hostias Negras—, sin embargo, en esta ocasión, en lugar de viajar a la Segunda Guerra Mundial —época muy habitual últimamente en los cómics del botones pelirrojo—, lo hacen un poco más adelante, concretamente en 1949, en plena posguerra.

Como es habitual en la obra de ambos autores, cada viñeta, además de poseer un enfoque muy cinematográfico, sobre todo las de acción, está repleta de pequeños detalles que nutren el imaginario del lector, para que este viaje con facilidad a los años en los que se ambienta la trama. Además, por si esto fuera poco, tiene ese toque costumbrista del que carece el noir americano; sin ir más lejos, aquí, el protagonista, además de ser detective, debe hacer frente a las tradiciones armenias —y francesas— de la familia.
En la primera entrega de Atom Agency se nota que los personajes son el eje central alrededor de los que pivota todo lo demás. No son simples, sino que tiene un trasfondo y una caracterización muy cuidada para que nos lo creamos. En este sentido, si bien siguen los estereotipos del noir, es cierto que van un paso más allá, no son el típico detective, el forzudo y la chica, sino que cada uno de ellos posee elementos que los hacen crecer en la historia, haciéndoles jugar más de un rol.

Sin embargo, si en cuanto los personajes su definición es prácticamente perfecta, es en la trama donde Las joyas de la Begum cojea un poco. Aunque estamos frente a una historia de detectives —muy del estilo de Raymond Chandler o Dashiell Hammett, o del cine que estos inspiraron—, a la hora de la verdad no hay mucha investigación, ya que los sucesos y la presencia de los protagonistas en ellos vienen dados por un deus ex machina constante, basado en casualidades y relaciones personales prácticamente imposibles. Salvando mucho las diferencias, la impresión que tiene un lector habitual del cómic franco-belga y de Dupuis, es que esta bien podría ser una historia desechada para Spirou, ya que el tipo de aventura es muy parecido, solo que con un grado mayor de violencia en los hechos.
A pesar de este detalle, algo que puede notarse un poco cuando hilamos fino en la historia, se ve compensando por un brillante dibujo y una «puesta en escena» perfecta. Con Las joyas de la Begum, Yann y Schwartz logran iniciar una serie —que ya tiene un segundo tomo en Pequeña Escarabajo— que lo tiene todo para prolongarse en el tiempo, además de permitir que la emergente editorial Nuevo Nueve se postule como uno de los hogares perfectos en nuestro país para el cómic francófono.