
Después de la Segunda Guerra Mundial, los cómics de Las aventuras de Tintín, a pesar de que ya eran un éxito rotundo en los países francófonos, todavía no habían estado traducidos a tantas lenguas como hoy en día y, por delante, todavía habría once álbumes a lo largo de treinta años. Por lo tanto, aun siendo valorado, Tintín no tenía el éxito y la internacionalidad que tiene actualmente. Aun con eso, el joven reportero belga siempre ha estado asociado a lo que hoy se conoce como merchandising y fandom, algo que no nos tiene que sorprender cuando, en 1930, ya se llevó a cabo una gran promoción para publicitar su primera aventura, Tintín en el país de los soviets. Teniendo en cuenta estos hechos, no es de extrañar que la industria del cine se interesara tan pronto por el personaje creado por Hergé.
De esta manera, dos años después de la publicación de El tesoro de Rackham el Rojo, concretamente en la primavera de 1946, Wilfried Bouchery firmó un contrato de exclusividad para rodar una adaptación cinematográfica de El cangrejo de las pinzas de oro. El proyecto consistía en rodas las escenas con marionetas, mediante la técnica del stop-motion, a cargo de los directores Claude Misonne y João Michiels —viejos conocidos de Hergé, ya que estuvieron a cargo de las películas promocionales de la revista Tintín—, mientras que Hergé intervendría como productor mientras mantenía el control artístico. Se tiene que decir que esta gran participación por parte de Hergé no es fruto solamente de querer controlar lo que se hacía con su obra, sino también por un gran entusiasmo por su parte, que lo llevó a participar activamente en el proyecto, trabajando de cerca con los dos directores.
Con un presupuesto superior al millón de francos belgas, una generosa cantidad para la época y el país de producción que se estaba recuperando de una cruenta ocupación alemana, Misonne y Michiels empezaron a rodar la película siguiendo al pie de la letra las divisiones y los diálogos del cómic, tal y como había estipulado Hergé.
Los detectives Dupont y Dupond están investigando el misterioso caso de la muerte de un marinero, que se ha ahoga en el muelle, vinculado a un caso de falsificación de dinero. Entre las pertenencias del ahogado está el fragmento que falta a una lata que Milú ha descubierto entre la basura. Como siempre, el joven Tintín no duda en investigar por su cuenta, descubriendo que, grabado en el papel, está el nombre de un barco con nombre armenio, el Karaboudjan. Al investigar el navío con los policías, Tintín es secuestrado y los Dupondt persuadidos de que no ha sucedido nada, involucrando al reportero en un caso de tráfico de estupefacientes dirigido desde un país al norte de África.
La importancia de El cangrejo de las pinzas de oro no reside tanto en su historia, que es igual de trepidante que en el resto de aventuras de Hergé, sino en el hecho que el dibujante introdujo un personaje crucial para la serie, el Capitán Haddock, que aparece por primera vez para convertirse en el compañero inseparable del joven periodista Tintín.
La técnica del stop-motion —que hoy en día lideran los estudios Aardman, creadores de Wallace & Gromit y La oveja Shaun— era un método muy empleado en los años cuarenta para realizar cortometrajes y publicidad de animación en la Europa del Este, pero muy poco habitual en el resto del mundo. En el caso de Le crabe aux pinces d’or se utilizaron marionetas de treinta centímetros, elaboradas a partir de un esqueleto de aluminio móvil con rótulas, acabado con unos pies de madera y una cabeza hueca, también de madera, de forma esférica, en el que, mediante un sistema de imanes se colocaban las diferentes expresiones faciales de ojos y boca. El cuerpo se forraba con algodón y se vestía. Con las figuras preparadas se procedía a captar las instantáneas, unas veinticuatro imágenes por segundo, que montadas seguidas y aceleradas, daba la sensación de movimiento.

A pesar de que el trabajo avanzaba, al producirse una parada en los pagos por parte de la productora de Bouchery, el rodaje se detuvo. A pocos meses del estreno previsto, la Navidad de 1947, Hergé convenció al equipo para seguir rodando, pero si bien el dibujante quería mantener la calidad, las prisas provocaron ciertos recortes en el presupuesto, con grabaciones en el puerto de Amberes sin ninguna marioneta, para ahorrar en decorados. Ante esta situación, la productora recomendó vender juguetes y postales, así como hacer una estrena en el Reino Unido, pero Hergé no quiso autorizar nada más hasta que no viera el resultado final. En este sentido, y frente a las reticencias del dibujante, que incluso se negaba a promocionar la película con carteles, se optó por proyectar la película en el Teatro ABC de Bruselas, limitando la promoción a las páginas del semanario Tintín, su homólogo flamenco y a un cartel que Hergé creó especialmente para la ocasión.
A pesar de la reducida promoción, el domingo 21 de diciembre de 1947 frente al Teatro ABC se reunieron cerca de dos mil personas, y todo hacía pensar que la película acabaría siendo un éxito, además de una novedad, ya que era la primera cinta de animación realizada en Bélgica. Pero, incluso teniendo una treintena de proyecciones y una versión flamenca a punto de estrenarse durante la semana de Navidad en Amberes, unos problemas fiscales y de deudas de Bouchery, llevaron a la confiscación de la cinta por parte de los tribunales belgas.
Aun con la buena acogida que había tenido por parte del público, y el hecho de ser una fiel adaptación de la aventura en papel, la crítica fue muy dura con la calidad técnica de la película, llevando al propio Hergé a criticar elementos de la película. Según los especialistas, una de las deficiencias de Le crabe aux pinces d’or era la falta de sincronización entre sonido e imagen, sobre todo comparada con producciones americanas, como las procedentes de los Estudios Disney. De la misma manera, se criticó con dureza el hecho que se vieran cables en algunas escenas y la poca agilidad de otras, que necesitaban un ritmo más dinámico para causar el efecto deseado.
Así pues, a pesar de la dedicación de Hergé, el buen trabajo de los directores —en parte hecha a contrarreloj— y la buena acogida en su única proyección, Le crabe aux pinces d’or se convirtió en un fracaso, provocado, en gran medida, por la fallida económica de la productora y la desaparición de todas las copias de la película, a excepción de una que se conservó en la Cinémathèque Royale de Bèlgica. Y es gracias a esta copia que, hoy en día, todavía podemos disfrutar de esta obra de arte pionera en el cinema de animación, ya que en 2008 se restauró y se distribuyó en DVD.