Dejando a un lado los debates que han surgido desde su estreno, como el del beso entre dos mujeres —que no se siente ni forzado, sino que es natural y acorde con los personajes— o el del doblaje —algo que poco nos importa en nuestras tierras, y más si pensamos que en nuestro caso la voz del Buzz Lightyear original es el gran José Luis Gil, cuyos problemas de salud nos tienen a todos en vilo—, y uno se centra en la película y en el mensaje con el que empieza: «En 1995, un niño llamado Andy Davis recibió un juguete de un guardián espacial en su cumpleaños. Era de su película favorita. Esta es esa película», descubrirá un cinta sincera, que acerca la ciencia ficción a los más pequeños de la casa y que, de paso —como siempre hace Pixar—, nos suelta una moraleja que nos toca la fibra sensible.
Lejos del juguete que nos cautivó en los noventa y que junto a Woody cambió el mundo de la animación para siempre, aquí Buzz Lightyear es un guardián del espacio, un astronauta, capitán de una nave estelar, que viaja con miles de vidas a su cargo pero que, debido a un accidente, quedan varados en un plante hostil y lejano. Sintiéndose culpable de lo sucedido, Buzz se esforzará para conseguir el combustible que permitirá reemprender el viaje. Sin embargo, durante las pruebas, debido a la velocidad que alcanza, su tiempo irá mucho más despacio que para sus compañeros en tierra, y lo que para él han sido cuatro minutos, para los demás han sido cuatro años. A pesar de ese salto, Buzz no se rendirá, aunque eso implique que, poco a poco, vaya hasta el infinito y más allá… Lo siento, tenía que meter la frase aunque fuera con calzador.
Aunque el enfoque es bastante sencillo y está claramente enfocado a un público infantil, lo cierto es que estamos ante una de las mejores cintas de ciencia ficción de los últimos tiempos, ya que se encuentra a mitad de camino de Star Wars y Star Trek, a la vez que no deja de ser una versión infantil de Interstellar. Si dejamos a un lado toda la parafernalia de Buzz Lightyear y Toy Story, la película explora los viajes al espacio, la relatividad del tiempo e, incluso, la posibilidad de los viajes en el tiempo. Cierto es que no da demasiadas explicaciones, pero es que debemos recordar que es una peli para niños. A pesar de las críticas y eso que se dice una recepción mixta, a mi parecer, es una película que encaja a la perfección con el concepto de ser la cinta que vio Andy antes de recibir el juguete de Buzz, ya que en los noventa, el cine infantil no era tan naif, sino que era mucho más atrevido que ahora, la mayoría de las cuáles están cortadas por el mismo patrón… que, valga la paradoja, marcaron los creadores de este personaje.
Como siempre, Pixar logra captar la atención del espectador, no solo con una animación impecable y cada vez más realista, sino también una cuidada historia de tendencia lacrimógena —no hay más que ver el resumen de las misiones de Buzz, que casi llega al nivel del prólogo de Up—, y por unos personajes simpáticos, cautivadores y que harán las delicias de todos. Así, de entrada, además del propio Buzz, del que veremos una evolución muy coherente y con la que fácilmente empatizaremos, también hay el grupo de improvisados guardianes, que cada uno a su manera, demuestra que cualquiera puede hacer grandes cosas —enésima moraleja de Pixar—, sin olvidarnos del animalito de turno, que en este caso se trata de Sox, un gato robótico de compañía cuyos recursos son ilimitados y que nos regalará las mejores frases y réplicas, siendo el compañero idóneo para el grandilocuente Lightyear.
En una época en que las franquicias y los grandes universos cinematográficos dominan la pantalla, si bien este título se vincula a Toy Story —contando sus cuatro entregas y sus innumerables cortos— y a la gran propiedad de Disney —que ahora es monstruo dispuesto a engullir el séptimo arte—, se nota que no pretende marcar el inicio de nada, sino dejar volar la imaginación del público —sobre todo del que disfrutamos de la primera Toy Story cuando éramos niños— y aportarle aún más realismo, sin necesidad de explotar hasta la saciedad la relación tormentosa de Buzz y Woody, o la de cualquier otro juguete que se una a la pandilla. En este aspecto, Angus MacLane, que se estrena como director en solitario después de codirigir Buscando a Dory, logra hacerlo simple, como si no costara nada conseguir un mensaje tan claro como el de Lightyear, a la vez que se entretiene a un público que, desafortunadamente, tiende a mostrarse quisquilloso.
¿Mi recomendación? Limpiar la mente de prejuicios, captar la esencia de la cinta en el mensaje inicial, verla y disfrutarla, y punto, no es película que se deba interpretar, discutir o buscar el punto flaco, porque, al fin y al cabo, no deja de ser una cinta de ciencia ficción muy ligera que busca atraer la atención del público más joven.