
A estas alturas de la partida todo el mundo, para bien o para mal, sabe de qué va Los Cazafantasmas, tampoco es que haya que ser un lumbrera para deducirlo del título, pero, para aquellos despistados que todavía no lo sepan, me remito a las sabias palabras del episodio dedicado a esta peli de la serie The Movies That Made Us:
«Empieza con tres científicos neoyorquinos desempleados que fundan una empresa de exterminación e investigación paranormal. El negocio crece y se instalan en un parque de bomberos abandonado y contratan más personal que los ayude con el aumento de actividad paranormal. Pero cuando se abre un portal sobrenatural se enfrentan a un terrorífico enemigo, potencialmente delicioso, para salvar la ciudad de su destrucción».
Sí, de acuerdo, es un resumen muy concentrado, pero ¿por qué queremos más? En realidad, solo nos faltaría añadir los nombres de los personajes, pero ya todos conocemos de sobras a los doctores Peter Venkman, Ray Stantz y Egon Spengler, interpretados por Bill Murray, Dan Aykroyd y Harold Ramis, en unos de sus papeles más conocidos, junto con otros grandes nombres propios como Sigourney Weaver, Rick Moranis, Annie Potts, William Atherton y Erni Hudson, que vendría a ser el cuarto cazafantasma, como el Ringo de los Beatles.
Los ochenta fue una gran época para el cine de ciencia ficción, aventuras y fantasía, dándonos títulos legendarios, pero, desafortunadamente, no todos los pudimos disfrutar en la gran pantalla. Aunque soy hijo de los ochenta, al ser de finales de esa década, muchas de estas películas legendarias llegaron a mí mediante cintas de VHS y, en este caso concreto, cintas grabadas de la televisión de cuando las emitieron, así que incluso la recuerdo con anuncios y las veía en teles de tubo… sí, soy así de viejo. Sin embargo, todavía me cuento entre los afortunados que recuerda estas películas de su infancia cuando no eran fruto de la nostalgia, sino que, realmente, eran relativamente cercanas a nuestro presente. Este viaje al baúl de los recuerdos no es un ejercicio innecesario de «cualquier tiempo pasado fue mejor», sino que sirve para comprender que a pesar de toda la fantasía y la ciencia ficción que contenían dichas películas, también eran un retrato del presente y, ahora, del pasado. Sí, queridos amigos lectores, los ochenta eran así, al menos en el cine.
Esa era una época en la que el cine se hacía sin menos pretensiones y en la que no se buscaba crear una gran franquicia, sin ir más lejos, Los Cazafantasmas fue una idea surgida de la mente de Dan Aykroyd —de la que han salido conceptos brillantes pero a la vez muy rocambolescos— y retocada por gente como Harold Ramis y Ivan Reitman, para dar cabida a este concepto sin que nadie parpadeara. Realizada a contrarreloj y sin tiempo para muchas segundas tomas, Ghostbusters se hizo por el renombre de las estrellas que se juntaron en ellas —la mayoría salidas de la comedia televisiva americana— y no tanto por la lógica de que tuviera que triunfar, pero lo hizo, creado a partir de cero todo un fandom que, hoy en día, todavía sigue tarareando la magnífica y ya mítica la canción de Ray Parker Jr.

Pero ¿qué tiene Cazafantasmas para ser tan buena? Bueno, esa respuesta es sencilla: lo tiene todo. Por un lado, hay una gran dosis de la comedia ochentera —y que se extendió hasta los noventa—, con ese tono desenfadado, del gamberro bueno, que permitía hacer broma de todo sin herir sensibilidades, aunque pudiera hacerlo. Por el otro, el concepto en sí, la idea misma, brilla con luz propia, ya que la mezcla entre lo contemporáneo, con elementos paranormales y mitológicos, hacen que tenga todos los ingredientes de la cinta de aventuras. Pero, por encima de todo, hay unos personajes geniales, cuyos perfiles tan bien definidos y adaptados a los actores —ya que al principio tenían que aparecer gente como John Belushi, Eddie Murphy o John Candy—, consiguen traspasar la pantalla, que empaticemos con ellos y queramos coger un rayo de protones y zurrarle duro al primer ectoplasma que se cruce en nuestro camino. ¿Quién no quiere un mono de ese horrible color indefinible con su nombre bordado en rojo sobre negro? Lo dicho, nadie.
A parte de todo esto, desde un apartado más técnico, es cierto que la película, aun hecha contra las cuerdas, logró crear unos efectos especiales increíbles —el equipo procedía de ILM— que todavía hoy sigue captando la fantasía del público, con esas apariciones fantasmales de marionetas semitransparentes, de colores vivos, esas tormentas en los cielos de Nueva York o, sin ir más lejos, el muñeco gigante de Marshmallow.
Aunque en su momento no hubiera mucha gente que creyera que fuera un éxito —incluso los implicados lo hicieron para pasárselo bien—, fue una película que marcó un antes y un después, como lo hicieron también Star Wars o Indiana Jones —todas ellas chocaron contra el realismo imperante hasta entonces—, ya que demostró que la mezcla de géneros y el atrevimiento al momento de contar una historia es lo que realmente lleva el público a las salas. Sin lugar a dudas, Los Cazafantasmas es una de esas películas que debe ser vista —una vez tras otra siempre que haga falta—, ya que la falta de pretensiones y la facilidad de su narrativa puede alegrarnos el día.