En plena revolución mexicana, mientras la gente del campo quiere romper con el yugo de los militares y la jerarquía gobernante, son muchos los supuestos líderes que surgirán de cualquier lugar para encabezar ejércitos de campesinos, intelectuales y gente de todo tipo en pos de la esperada libertad, provocando enfrentamientos dentro de los diferentes bandos. Precisamente es en este entorno en el que aparecerán dos figuras que, inevitablemente, chocarán, el general Mongo y el profesor Xantos; el primero alguien del pueblo, sin cultura y de inclinaciones sangrientas, el segundo alguien intelectual que rechaza la violencia y cree a pies juntillas que sus ideales triunfarán porque son los justos. Pero los roles en esta guerra cambiarán cuando Mongo necesite a Xantos para abrir la caja fuerte del banco de San Bernardino, la ciudad que acaba de tomar y cuyos defensores, partidarios de Xantos, ha exterminado, y su líder está en una prisión en la frontera con Estados Unidos, de la que le será imposible salir… ¿Imposible? No tanto cuando dos individuos de moral cuestionable se presten voluntarios: uno será el Basco, un analfabeto hijo de inmigrantes que si bien ascendió rápido como asistente de Mongo, cayó rápidamente en desgracia por un pequeño error; el otro, Yodlaf Peterson, un mercader de armas sueco que hace tratos con el que mejor le pague, sin tener en cuenta la bandera que enarbolen. Por motivos diferentes, se verán obligados a convertirse en compañeros de batalla.
Como todos los géneros de explotación, el spaghetti western generó una basta e inalcanzable colección de títulos, de los que, de vez en cuando, uno asomaba la cabeza que si bien no podía ser comparable a sus grandes cintas, sorprendían tanto por la frescura y por lo desenfadada que eran, Los compañeros es una de estas. Para empezar, lo cierto es que sorprende por las muchas facetas que tiene la trama, ya que debajo de la pátina de western gamberro, hay una interesante historia sobre lo que significó la revolución mexicana de principios siglo XX, esto hace que tenga unas cuantas lecturas más que una mera peli de tiros.
Por si esto fuera poco, lo interesante de todo el asunto es que Sergio Corbucci, el que ya nos sorprendiera dos años antes con Django, hace una labor increíble para dar vida al guion con un ritmo trepidante, que va de escena en escena con inteligentes giros de cámara, que, como resultado, dan vida a lo que hoy llamaríamos una road movie, en la que dos personajes en apariencia dispares y opuestos, acaban siendo inseparables mientras viven un sinfín de aventuras episódicas mientras avanzan siguiendo una trama más amplia.
Como suele suceder en el spaghetti western, uno de los elementos que más logran atraer al espectador son los elaborados y excesivos personajes, que si bien se basan en estereotipos, consiguen captar la imaginación del público, y es aquí cuando entran juego los actores que les dan vida.
A parte de unos secundarios de lujo como Fernando Rey y Jack Palance en los papeles del profesor Xantos y cazarrecompensas que pretende matar a los protagonistas respectivamente ―ambos sobresalientes con unos personajes que les van como anillo al dedo―, así como toda una retahíla de nombres propios del género como Eduardo Fajardo, José Bódalo ―impresionante como general Mongo―, Tito García, Víctor Israel, Lorenzo Robledo y el gran Álvaro de Luna, los que realmente se llevan el gato al agua son los dos protagonistas, Tomás Millán y Franco Nero. El primero como Basco, logra captar la idea del revolucionario ignorante, que lo es más por el arrastre de los que tiene alrededor, que porque crea realmente en unos ideales. A pesar de ignorante, es muy astuto, siguiendo con la estela de los personajes que caracterizarían a Millán, como su papel estelar como Cuchillo. Por su parte, como solía suceder, Franco Nero se mete en la piel de del norte de Europa, sueco en este caso, en el que hace el retrato de un oportunista, que no es malo, pero se aprovecha de la situación a pesar de que podría hacer el bien, ya que tal vez se acerque más a ellos. En este aspecto, lo que suele pasar con los personajes principales de una road movie, que tienen una evolución, aquí sucede lo mismo, por un lado el Basco comprenderá los ideales por lo que luchaba sin tenerlos muy claro, sumándose a la causa; mientras que el Sueco hará lo propio, comprendiendo que no todo se puede comprar con dinero, sino que, a veces, también se puede deber a la amistad y a la camaradería.
Y es preciso eso lo que caracteriza esta cinta, ya que si bien sus protagonistas son un panda de pillos y astutos guerreros, terminan por rendirse a algo tan noble como el compañerismo, mientras que en otras cintas este es un elemento que brilla por su ausencia. Es por ello, que deberíamos destacar la secuencia final en la que mientras suena de forma atronadora la banda sonora original ―muy apropiada para la ocasión y pegadiza hasta lo imposible―, el personaje de Franco Nero cabalga como un loco para reunirse con el Basco, a pesar de que sabe que, seguramente, ese puede ser el final de ambos… muy al estilo de Dos hombres y un destino.
Esta cinta es, en muchos aspectos, una de las grandes olvidadas del spaghetti western, a pesar de tener muchos de los elementos de cintas mucho más reconocidas… debe ser vista y disfrutada.