Antes de empezar a hablar de The Hateful Eight —lo siento, la traducción de Los odiosos ocho me supera, haciendo que la peli pierda solo por el título—, debemos tener dos cosas muy claras:
Primera: The Hateful Eight no tiene nada que ver con Django Desencadenado. Sí, es un western de Quentin Tarantino, pero hasta ahí, nada más que ver. Mientras que Django es un claro tributo a los spaghetti western de los sesenta, con la típica patina sanguinolenta de Tarantino, The Hateful Eight es mucho más que eso.
Segunda: Si nos dijeran que The Hateful Eight no es una película de Tarantino, habría momentos que nos lo creeríamos. Hay ciertos elementos imposibles de evitar, como la colección de tacos, la repetición hasta el infinito de la palabra «negro» y cierto nivel de sangre, pero no son más que una cubierta, ya que la historia que nos cuenta está tan alejada de lo que nos había mostrado hasta ahora, tanto en contenido como en continente, que rápidamente nos olvidamos de los tacos y la sangre.
Unos años después de la Guerra de Secesión, durante una fuerte ventisca de nieve arremete en las salvajes montañas de Wyoming, ocho extraños personajes deberán recluirse en una pequeña cabaña de paso en mitad del camino para protegerse del temporal. Un cazador de recompensas, un verdugo, su prisionera, un sheriff, un mejicano, un hombrecito, un vaquero y un general confederado. Lo curioso es que, todos parecen no conocerse, pero a medida que las palabras vuelen por el aire, también lo harán las balas.
En las frías horas de la noche, los personajes se darán a conocer en unos diálogos en los que la tensión ira in crescendo, pero la forma de presentarlo, siempre da la impresión de que no sucederá nada, y solo será una larga e incómoda noche. Pero sabemos que Tarantino no es así. Llegados a este punto, en el que parece que la historia se ha estancado y solo nos falta esperar a que Tarantino derroche toda la sangre falsa que todavía no ha utilizado, de repente… ¡Pam! Aparece un pequeño hecho que te atrae nuestra atención de nuevo hacia la trama, haciendo que esta tome una dirección completamente diferente de la que había tenido hasta ahora.
La puesta en escena, si bien espectacular y muy cuidada, es muy sencilla. En muchos sentidos podría decirse que es una película de estilo teatral, hay pocos personajes y toda la acción —o al menos la principal— transcurre en un solo escenario que será partícipe de todo lo que suceda en él. Una cabaña perdida en las montañas de Wyoming, aislada durante una fuerte ventisca, es el escenario perfecto para que cualquiera historia se desarrolle…
Pero, ¿quiénes son los «odiosos ocho»? Antes de responder a esta pregunta, debemos saber que, ninguno de ellos, está en la cabaña sin una maldita buen razón.
Samuel L. Jackson es el Mayor Marquis Warren, un oficial de color del ejército del Norte, que una vez acabada la guerra se ha reconvertido en cazador de recompensas, un hombre que no duda en disparar contra aquel que le pueda dar unos buenos mil dólares. Un hombre inteligente y, que durante toda la película, nos demostrará que, a pesar de la situación, siempre está un paso o dos por delante de los demás.
Kurt Russell interpreta a John Ruth, un verdugo o «ahorcador» que se dedica a cazar su propias presas, aunque, a diferencia de Warren, lo hace con vida para poder colgarlas de lo más alto del cadalso y hacer justicia. Un hombre duro y desconfiado, que hará todo lo que esté en sus manos para llevar a su prisionera a Red Rock, donde cobrará la recompensa.
Jennifer Jason Leigh es Daisy Domergue, la única mujer «odiosa», una asesina condenada y cuya cabeza vale sus buenos diez mil dólares. A pesar de recibir constantes castigos de Ruth, Daisy no dudará en abrir la boca cuando pretenda decir algo, aunque con ello se gane un puñetazo o taza de café ardiendo en la cara.
Walton Goggins da vida al flamante sheriff de Red Rock, Chris Mannix, que viaja para tomar el cargo que el gobierno de la Unión le ha concedido, aunque en su interior es un auténtico hombre del Sur, por lo que tendrás sus más y sus menos con el Mayor Warren, y aunque muchas veces parece un bocazas imbécil, al final sabrá tomar una buena decisión y reconocer quiénes son los buenos.
Demián Bichir es Bob, un mejicano al cargo de la cabaña de Minnie y Sweet Dave, los dueños, que se hace responsable de todo, desde la cocina a los caballos, para que sus huéspedes puedan pasar de la mejor manera la noche bajo la ventisca que los acecha. Sin embargo, es un hombre muy lejos de su hogar, por lo que tiene más de un secreto que esconder.
Tim Roth interpreta a Oswaldo Mobray, el supuesto nuevo verdugo de Red Rock, que se hará cargo de la ejecución de Daisy Domergue en cuanto lleguen a la ciudad. Es un hombrecillo astuto que hace su trabajo y que aborrece la violencia, intentando poner paz en todos los posibles conflictos que se presenten en la cabaña. Aún así, parece saber más de lo que cuenta.
Michael Madsen se pone en la piel del misterioso Joe Gage, un vaquero de camino a casa de su madre por Navidad, y que está escribiendo su propia biografía. A pesar de que intenta mantenerse apartado del resto de miembros de la cabaña y de sus discusiones, para conocer muy bien como funciona el lugar, dónde están las cosas, y que hay más allá de sus paredes, da la impresión de que estuviera esperando algo.
Finalmente, el veterano Bruce Dern interpreta al General Sandfor «Sandy» Smithers, un antiguo oficial del sur que se ve obligado a vivir en un país cuyas leyes no comparte, aunque ya no tiene edad para discutir con los del Norte. A pesar de un sangriento pasado al mano de la caballería de los Confederados, aún parece ser un venerable anciano en busca del desaparecido hijo.
Esto es como los personajes se presentan durante los primeros capítulos de The Hateful Eight, pero debo advertiros de que no todos son lo que parecen, y que más de dos mienten como auténticos bellacos. ¿Quiénes? Ahí está la clave de la historia que nos presenta Tarantino.
Seguramente os estaréis preguntando, si estos son los «ocho», ¿a quién interpreta Channing Tatum? Pues excelente pregunta, id a las salas y disfrutad del giro argumental que nos sorprenderá a todos, en el que también participarán James Parks, Dana Gourrier, Zoë Bell, Gene Jones, Lee Horsley, Keith Jefferson, Craig Stark y Belinda Owino.
Lo primero que sorprende es que, como ya comentaba al principio, es la poca cantidad de sangre que hay en The Hateful Eight. A pesar de que hay mucha pintura roja, esta película no es clásico derroche de sangre al que nos tiene acostumbrados Tarantino. Pero no nos confundamos, The Hateful Eight es una película violenta, muy violenta, incluso más que algunas de sus predecesoras. Sin embargo, esta violencia es muy realista, muy seria y muy cruda, a la vez que está muy bien dosificada durante las tres horas de película, de tal manera que pasa a un segundo plano.
En este sentido, uno de los elementos que más llama la atención es que The Hateful Eight no es un western a usanza. Sí, tiene todos los elementos para serlo, pero tanto la historia como la forma de presentarla, en la que Tarantino vuelve a utilizar sus famosos «capítulos», cual libro. Como también he querido puntualizar al principio, The Hateful Eight no se parece a Django Desencadenado y, por lo tanto, tampoco se parece a los spaghetti westerns de los sesenta, pero tampoco se parece a la obra de John Ford o sus semejantes, sino que es otro estilo de western. La forma de presentarla —con el recortado elenco y el único escenario— impide los grandes duelos bajo el sol, o las idas y venidas a lomos de caballos al trote, sino que es un obra en la que todo el peso recae en el guión y en la interpretación de los protagonistas. Además, si bien hay disparos, contadas son los balas que se desperdician, y ninguna es la ocasión en la que se vacía el cargador sobre alguien, sino que cada vez que se desenfunda un revólver, es por una más que justificada razón argumental. No los he contado, pero poco me equivocaría al decir que solo se efectúan una veintena de disparos, algo que en Django se sobrepasa en una sola escena. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que nadie vaya a salas esperando ver algo parecido a Django, ya que se encontrará con un western más serio y con una trama muy bien elaborada y sin brechas, en mi humilde opinión, The Hateful Eight es un western de estudio, no es un gran espectáculo, sino una gran película.
Aunque en el pasado, justo después del estreno de Django Desencadenado, el mismo Ennio Morricone, uno de los maestros de las bandas sonoras —sobre todo de westerns—, dijo que jamás trabajaría con Tarantino, parece que la nueva dirección de este western, lo convenció para hacerlo diferente. El maestro italiano compuso una banda sonora original de unos cincuenta minutos, haciendo que, por primera vez, Tarantino haga una película musicalizada de este modo. Aunque, como no podía ser de otro modo, el de Knoxville utilizó canciones que nos sonarán —aunque no a western, como fue el caso de Django—, con canciones pertenecientes a títulos tan diferentes a un western como La cosa (John Carpenter, 1982) o Exorcista II: El Hereje (John Boorman), también compuestas por Morricone.
Para seros sincero, es una película que me ha dejado literalmente apabullado. Cuando el último fotograma se fundió en negro y empezaron a salir los créditos, me quede sin habla, simplemente me pareció perfecta y muy bien hecha, tanto en la forma como su historia. Es por este motivo, creo, sin temor a equivocarme, que, para mí, el tan esperado año 2016, cinematográficamente se ha acabado a primeros de enero, justo después de ver The Hateful Eight. Si me dijeran, este año ya no se estrena ninguna película más, mi respuesta sería: «¡Me da igual! Siempre tendré The Hateful Eight».