
Creada por el siempre sensible Hirokazu Koreeda, Makanai: la cocinera de las maiko es una serie basada en el manga de Aiko Koyama. A través de sus nueve episodios, Koreeda traslada su reconocible universo de emociones contenidas y relaciones humanas a un entorno tan fascinante como poco explorado: el de las casas de maiko (aprendices de geisha) en Kioto. El resultado es una obra que, más que narrar una historia convencional, invita a la contemplación, a saborear la belleza de lo cotidiano y el calor de los vínculos femeninos que se tejen alrededor de una mesa.
En un panorama audiovisual dominado por la prisa, Makanai se atreve a ir a contracorriente. No busca el conflicto ni el dramatismo; prefiere el murmullo al grito, la mirada al discurso. Es una serie que se toma su tiempo, y ese tempo pausado no es un defecto, sino parte esencial de su mensaje: la vida también ocurre entre fogones, entre risas suaves y aromas familiares.
Koreeda vuelve a demostrar su maestría en la dirección de actores y su talento para capturar la ternura sin caer en el sentimentalismo. La historia gira en torno a Kiyo (interpretada por Nana Mori) y Sumire (interpretada por Natsuki Deguchi), dos amigas de Aomori que se trasladan a Kioto con el sueño de convertirse en maiko. Sin embargo, mientras Sumire muestra talento natural para el arte del entretenimiento, Kiyo descubre que su verdadero don está en la cocina. Desde esa revelación, la serie encuentra su centro: la vocación como forma de felicidad y la amistad como sustento vital.
El guion, firmado por el propio Koreeda es sobrio y preciso. No hay giros dramáticos ni tramas forzadas. Cada episodio se estructura como un pequeño relato independiente, una viñeta que, en conjunto, conforma una meditación sobre el sentido del trabajo, la tradición y la madurez emocional. La cocina se convierte en metáfora: preparar una comida para otros es un acto de amor silencioso, una forma de cuidado que trasciende las palabras.
Visualmente, Makanai es una delicia. La fotografía de Ryuto Kondo —habitual colaborador de Koreeda— crea un retrato de Kioto tan luminoso como sereno. Los interiores de madera, los tejidos coloridos de los kimonos y la luz natural filtrándose entre los tatamis construyen una atmósfera casi pictórica. Cada plano parece pensado para ser contemplado. Es un trabajo de cámara que no impone, sino que observa; que permite que el espectador sienta el espacio, el tiempo y la textura de los gestos.
El reparto es impecable en su naturalidad. Nana Mori aporta a Kiyo una dulzura que nunca se vuelve ingenua; su alegría es tranquila, genuina, una presencia que reconforta. Natsuki Deguchi, en cambio, interpreta a Sumire con una mezcla de disciplina y fragilidad que encarna bien las exigencias del mundo de las maiko. A su alrededor, las mujeres mayores del okiya —en especial la matriarca interpretada por Keiko Matsuzaka— representan diferentes maneras de entender el deber, el sacrificio y la transmisión de la tradición. Koreeda no idealiza ese universo, pero lo trata con respeto. Muestra la rigidez del sistema, sí, pero también la dignidad con que estas mujeres encuentran belleza en la rutina.

En términos de ritmo, la serie puede resultar lenta para quienes busquen emociones más intensas. Pero ese sosiego no es simple lentitud: es coherencia estética. Koreeda filma la repetición diaria —cocinar, limpiar, ensayar— como una coreografía doméstica que revela el sentido profundo de la convivencia. Su estilo recuerda al de Yasujiro Ozu, con planos fijos y silencios prolongados que dicen más que cualquier diálogo.
La música de Yoko Kanno acompaña con sutileza, aportando una capa emocional que subraya los momentos clave sin subrayarlos en exceso. Es una banda sonora que respira con las imágenes, reforzando esa sensación de intimidad y de vida en equilibrio.
Desde el punto de vista del mensaje, Makanai reflexiona sobre la aceptación de uno mismo. No todos los sueños se cumplen como los imaginamos, y eso no significa fracasar. Kiyo no se convierte en maiko, pero encuentra en su papel de cocinera una plenitud que no depende del reconocimiento externo. En tiempos en que el éxito suele medirse en visibilidad, esta historia reivindica el valor de lo invisible: el trabajo silencioso, la constancia y la alegría de cuidar a otros.
Como espectadora, me dejó una sensación de serenidad y gratitud, algo poco frecuente en el audiovisual contemporáneo. No es una serie que se devore, sino que se saborea. Y aunque no todos tendrán la paciencia para su ritmo contemplativo, quienes se dejen llevar por su cadencia descubrirán una experiencia profundamente humana. Una serie luminosa, delicada y coherente con la mirada de Koreeda: un elogio a la calma, a la amistad y a la belleza de lo cotidiano, donde cada plato servido es, en realidad, una forma de amor.
Makanai: la cocinera de las maiko es una obra pequeña en apariencia, pero grande en sensibilidad. Koreeda nos recuerda que la emoción no necesita grandes gestos para existir; basta una sopa caliente, una sonrisa compartida o el sonido del cuchillo sobre la tabla para entender que el afecto también se cocina a fuego lento.
