¿Puede una serie de diez episodios de diez minutos ofrecernos una magnífico entretenimiento? Sí, puede, y Over the Garden Wall —traducida en nuestro país como Más allá del jardín— es un ejemplo de ello. Con el formato de una serie infantil, se nos presenta un relato protagonizado por dos hermanos, Wirt y Greg, —el primero vestido como una especie de elfo y el segundo con una tetera sobre la cabeza y una rana bajo el brazo— que se adentran en un bosque que descubrirán mágico mientras tratan de encontrar la manera de regresar a casa con la ayuda de una serie de personajes que no serán lo que aparentan, como un leñador o un pájaro azulejo.
Con un estilo gráfico a mitad de camino entre el de Cartoon Network de los noventa —precisamente, se basa en un corto del creador de la serie, Patrick McHale, llamado Tome of the Unknown, para dicha cadena— y los antiguos cortos de animación de primeros de siglo XX, estamos ante una serie que tiene mucho más de lo que aparenta a primera vista. Las influencias que se pueden percibir son incontables, desde las historias de terror de los ochenta, al terror gótico de finales del siglo XIX, así como ciertos aires a la literatura de Edgar Allan Poe; sin embargo, la mejor descripción posible sería que Más allá de jardín es una versión más oscura y tétrica de Alicia en el país de las maravillas. Los dos personajes principales viajan a un mundo que, si bien les es desconocido, no se sienten extraños, y en el que habitan un sinfín de criaturas junto con otras personas, pero nadie pone en duda sus comportamientos: desde una escuela para animales, a un crucero para ranas, a una fiesta de la cosecha de calabazas esqueléticas, todo es posible y aceptable en estas tierras inexploradas… aunque en ocasiones Wirt vea en ello algo extraño.
A pesar de que visualmente es llamativa aún su sencillez, así como el empaquetado de música y grafismo puede llamarnos la atención por ese toque a lo antiguo, la realidad es que son las diferentes lecturas que se pueden hacer de la trama y de los simbolismos usados lo que nos atraerán a verla más de una vez para captar todas las capas narrativas que hay en ella. Dejando a un lado la primera lectura fantástica —muy acertada, por cierto—, la que rápidamente nos llamará será la que descubramos después de ver el penúltimo capítulo, en el que descubrimos que ambos personajes pertenecen a un presente mucho más moderno —en el que ya no se estilan demasiado ni las cintas de casete—, en el que después de un accidente caen a un lago en el que empezarán a ahogarse. Esto implica que, en realidad, lo que estamos viendo es una especie de alucinación previa a la muerte, sin embargo, el hecho de que ambos hermanos lo compartan nos lleva a pensar en una especie de limbo. Para sustentar esta teoría, debemos tener en cuenta que a lo largo de la serie son muchas las «almas en pena» con las que se cruzan —como el comerciante de té, cuya lápida veremos el cementerio del capítulo nueve—, lo que nos lleva a pensar que se trata de eso, un lugar de trance para que las almas determinen su futuro, como es el caso de Wirt y Greg, cuyas almas se están debatiendo entre dejarse llevar por la corriente o aferrarse a sus cuerpos reales. En esta línea, hay muchos pequeños detalles esparcidos por todos los capítulos —incluidos los logos finales—, que nos llevan a ver esta serie como una reflexión sobre lo que hay más allá de la vida, tras la muerte, tras lo desconocido… nombre con lo que también se conoce el bosque.
La virtud de esta serie es que, si lo deseamos, y no queremos atar tantos cabos y pasar un buen rato con un relato de terror fantástico a la vieja usanza, también nos lo ofrece, ya que todos los personajes son carismáticos —hay un caballo que habla, a quién no le gusta eso—, y las historias se plantean y resuelven rápida y magistralmente, permitiéndonos que nos adentremos en este universo paralelo a nuestra realidad del mismo modo que lo hacen los protagonistas, con recelo y curiosidad a la vez. En este sentido, la brevedad de la serie, que una vez terminada nos puede parecer exagerada —fin de cuentas dura algo parecido a una peli de menos de dos horas—, aunque puede sabernos a poco, logra concentrar todo lo bueno y darnos un producto que, por el contrario, si se hubiese alargado como un chicle hubiese perdido su sentido y la concepción de este.
Al fin y al cabo, Over the Garden Wall no deja de ser un cuento como los de antes, que puede ser contado muchas veces y todas ellas se pueden disfrutar por igual, pero desde ópticas muy diferentes. Estamos ante una pequeña joya de la animación, imprescindible para cualquier aficionado a la fantasía y al terror más clásicos.