
La ratonera —ese clásico del teatro de Agatha Christie que, aún hoy, se sigue representando— está en sus primeros años, y su éxito ha conducido a su adaptación en la gran pantalla, para ello en el West End de Londres no solo se ha llenado de las estrellas del teatro, sino también de las de Hollywood, preparadas para formar parte de la que se espera que sea una gran película, dirigida por Leo Kopernick. Sin embargo, justo después de una fiesta para celebrar el éxito de la obra de teatro, Leo aparece muerto, torciendo los planes para la adaptación cinematográfica, deteniendo la representación en el teatro y provocando el miedo en todos los miembros de la producción, por si hay alguien dispuesto a acabar con ellos por algún retorcido motivo.
Estamos ante una película que, de algún modo, sirve no solo como la presentación de un nuevo misterio, sino también como un tributo a La ratonera, tal vez la obra de teatro más longeva, y a las historias de Agatha Christie, ya que, como el mismo Kopernick dice al principio, «vista una vistas todas». Sin ir más lejos, los personajes interpretados por Harris Dickinson y Pearl Chanda, no son otros que las encarnaciones de los actores Sheila Sim y Richard Attenborough —el que los noventa sería conocido por ser John Hammond en Jurassic Park—, dándole ese trasfondo realista e histórico a una trama que, por el otro lado, tampoco le haría falta. Y es que si bien es interesante ver como el asesinato se entremezcla con las representanciones y sus fiestas, haciendo que el grupo de implicados tengan, de una manera u otra, una faceta muy creíble, por el otro lado es totalmente superflúo más allá del hecho de conectar esta historia con la de La ratonera… ¿un ejercicio de marketing? Puede, ¿quién sabe?
Dejando a un lado este guiño a Agatha Christie y a su mundo literario, lo cierto es que estamos ante una película que peca de ser un tanto sosa, es decir, se nos presenta como un gran misterio sobre un asesinato, un elenco de posibles culpables y un detective que debe resolver el caso, pero no es nada de todo eso; o, al menos, no consigue serlo. El gran asesinato no es tanto sobre todo porque la resolución de este no viene dada por una investigación como las de Peter Ustinov cuando hizo de Poirot o las de Robert Downey Jr. cuando fue Sherlock Holmes, sino más bien por una precipitación de los acontecimientos que llevan a la resolución. El elenco de posibles culpables —aunque tiene muchos nombres propios como los de Ruth Wilson o David Oyelowo—, tampoco consigue captar nuestra atención, siendo personajes bastante planos hechos solo para rellenar la escena y entorpecer la investigación. Y, finalmente, Sam Rockwell, aunque cumple como detective desaliñado, lo cierto es que se queda a medio gas a la hora de sorprendernos a todos al resolver el caso, dejando que este papel recaiga en su ayudante, interpretada por una siempre perfecta Saoirse Ronan, aunque tampoco es que digamos un gran giro.

Es decir, en muchos aspectos, esta peli tiene todos los elementos para ser una gran cinta de misterio, pero no consigue aprovecharlos lo suficiente para captar nuestra atención, ya que a medida que avanza la historia y se va desarrollando, nosotros vamos perdiendo interés, y solo la seguimos viendo por saber quién es el culpable. Y es precisamente en este detalle en el que más decepciona, ya que sin intentar destripar demasiado, lo cierto es que se trata de un culpable de esos colaterales, al que pueden apuntar todas las pruebas porque no se le ha hecho demasiado caso.
Así pues, lo cierto es que Mira cómo corren, que sobre el papel podría haberse situado al mismo nivel de algunas obras recientes de detectives, como Puñales por la espalda, sin ir más lejos, es, en realidad, una de esas películas que pierde fuelle, que se deshincha y provoca un encogimiento de hombros al final, al no dejarnos ni fríos ni calientes. Una pena.