
Hay directores que se dedican a construir mundos. Y luego está Roland Emmerich, que prefiere destruirlos. Desde que los alienígenas desintegraron la Casa Blanca en Independence Day, este hombre ha hecho del apocalipsis una especie de costumbre. Si no es el clima (El día de mañana) es el calendario maya (2012), y si no, pues… la Luna. Porque claro, ¿qué queda por estrellar contra la Tierra? La Luna. ¿Y por qué no?
Así nace Moonfall, una película cuyo título es tan literal como su guion es absurdo. La premisa: la Luna abandona su órbita y amenaza con estrellarse contra la Tierra. Pero, plot twist, no es una roca cualquiera. Es una megastructura alienígena construida por una civilización ancestral superavanzada. Porque claro, si vamos a decir tonterías, que sean galácticamente ambiciosas.
Desde el primer minuto queda claro que Emmerich ha vuelto a su zona de confort: explosiones, desastres naturales y una total indiferencia por las leyes de la física. La gravedad funciona cuando le da la gana, la Luna pasa rozando la atmósfera sin aparente afectación, y los personajes reaccionan a todo con una tranquilidad que ni en la cola del súper.

Pero lo mejor es cómo intentan explicar lo inexplicable. Porque Moonfall no se contenta con ser absurda: quiere justificarlo. Así que mete inteligencia artificial, nanotecnología, recuerdos del universo primigenio y una IA asesina, todo en una batidora narrativa sin tapa. El resultado es un batido de tonterías que haría llorar a Neil deGrasse Tyson.
En cuanto al reparto, tampoco hay mucho que salvar. Halle Berry mantiene una expresión constante de “¿en serio firmé para esto?”. Patrick Wilson actúa con la energía de un padre divorciado que aceptó la misión espacial solo para no pasar el fin de semana con los niños. Y luego está John Bradley, el científico conspiranoico que parece que está loco, pero al final acaba teniendo razón.
Los diálogos son de campeonato, frases genéricas, absurdas, clichés. Y aun así, los personajes sobreviven. A tsunamis, meteoritos, cambios de órbita y, lo que es más increíble: a un guion que se cae a pedazos.

A nivel visual, sorprendentemente, la película no decepciona. Las escenas de destrucción planetaria están muy bien hechas, y la Luna tiene momentos ridículos pero que funcionan, como cuando roza la Tierra levantando océanos como si fueran cortinas. Pero ya no basta con que algo luzca bien. Moonfall es como ese pastel de bodas que parece increíble, pero sabe a cartón. Uno termina la película con una sensación incómoda, como después de comer mucho, saturado, confuso y con remordimientos.
En resumen, Moonfall no es solo una mala película. Es el resultado de darle un presupuesto gigantesco y carta blanca a un director que hace años dejó de aceptar críticas. Intenta ser épica, emotiva y científica, y no acierta en ninguna. Pero eso sí, lo intenta con fuegos artificiales. Es probable que en diez años Moonfall se convierta en una película de culto entre fans de lo absurdo. Pero por ahora, es simplemente un recordatorio de que no todo lo que brilla es ciencia ficción.