
Con una pandemia de por medio, la compra del estudio que la produjo por el monstruo que cada vez es más amorfo de Disney y con muchas suspicacias hacia uno de sus protagonistas, muchos meses después de lo esperado llegó a nosotros Muerte en el Nilo, la segunda entrega de la serie de películas dedicadas a Hercule Poirot, el gran detective belga creado por Agatha Christie.
Debido una serie de circunstancias casuales, Poirot se verá embarcado en un crucero por el Nilo en el que se celebra la boda de una joven pareja, los Doyle, sin embargo, todo se tuerce cuando la muerte de la novia en extrañas circunstancias hará que los invitados a la boda se conviertan en sospechosos no de uno, sino tres muertes que se sucederán sin que el detective belga pueda hacer nada… salvo intentar resolver el misterio.
Si hace unos años defendía la predecesora de esta película, el Asesinato en el Orient Express de Kenneth Branagh, ahora debo admitir que, desafortunadamente, esta Muerte en el Nilo me ha decepcionado. Como decía entonces, la virtud de Branagh fue modernizar un personaje y una forma de hacer cine para los tiempo modernos, aquí lo sigue haciendo, reinterpreta el clásico de Christie y da una vuelta de tuerca para darle continuidad al film anterior a la vez que matiza ciertos detalles para que no sea la misma historia… pero lo sigue siendo, con la sensación de que no está del todo bien cocida.
Me explicaré: la continuidad es interesante en un momento que parece imperioso que todas las historias se enmarquen en un universo propio, pero en este caso no es necesario, por lo que la reaparición de Bouc —personaje de la novela del Orient Express— sirve de nexo y de excusa a la vez —bastante pobre— para que Poirot termine en el fatídico crucero. Pero es que no hace falta esta justificación, en la novela y en las adaptaciones que se han hecho, Poirot está de vacaciones, punto no hace falta más. Por otro lado, se busca que los personajes tengan una vinculación entre ellos al ser todos invitados de una boda un tanto extraña, pero es algo que tampoco hace falta, ya que si hay vinculación puede haber motivos, mientras que si son supuestos extraños se aumenta el misterio. Todo ello sin contar el hecho de que a cada paso que damos la profundidad del personaje de Poirot es analizada con el fin de hacerlo más humano y, aquí, queridos amigos, es donde creo que Branagh se pasa de largo y rompe los límites de las adaptaciones modernas, y es que le da un trasfondo a Poirot que no encaja con el personaje que creó Agatha Christie hace décadas, provocando un efecto muy parecido con lo que sucedió en las últimas entregas de la serie de Sherlock; es decir, Poirot comprenderá los recovecos del amor, pero no contará el porqué, y tampoco hace falta, ya que lo importante es ver como resuelve el misterio.
Es decir, los pequeños cambios para revisionar el clásico están bien —la pintura en lugar del esmalte de uñas, la cantante de blues por la escritora…—, pero los grandes cambios que trastocan una historia muy bien narrada de origen hacen que los cimientos se tambaleen y pierdan consistencia.

Estos elementos si fueran acompañados por una gran puesta en escena y un reparto de lujo, serían menos llamativos, pero en este caso, comparándolos con el Orient Express de 2017, pierden mucha fuerza. Por un lado, da la sensación que lo que funcionó a la perfección en Orient Express al rodarlo todo en un tren rodeado de pantallas, aquí los efectos visuales se ven impostados, forzados y demasiado artificiosos, es decir, si viéramos un relato ambientando en mundo fantástico o una galaxia muy, muy lejana, serían perfectos, pero aquí el Nilo se merecía una fotografía del estilo Denis Villeneuve, con grandes panorámicas y muchas puestas de sol auténticas, y no que la iluminación fuera sospechosamente artificial. Por el otro lado, tenemos al reparto, pieza esencial de las adaptaciones que se hicieron en los setenta y los ochenta —y que marcan la manera de hacer de este tipo de pelis, incluso de títulos como Puñales por la espalda—, aquí baja mucho el caché, ya que salvo grandes nombres como Gal Gadot y Annette Bening, estamos ante un mar de caras conocidas pero de un escalafón inferior a los Penélope Cruz, Willem Dafoe, Judi Dench, Johnny Depp, Josh Gad, Derek Jacobi, Michelle Pfeiffer y Daisy Ridley de Orient Express, y alejadísimos de las caras visibles de la versión de 1978. Por si esto no fuera suficiente, el hecho de que uno de los grandes nombres, Gal Gadot requiera una cuota de pantalla a su altura, provoca que la muerte de su personaje, el primer crimen, tenga lugar superada la mitad de la película, cuando debería suceder, como tarde, antes del final del primer tercio.
En definitiva, estamos ante una película que, personalmente, me ha decepcionado, no solo como aficionado a Poirot, sino también como amante del cine de entretenimiento, ya que esperaba más en el aspecto espectáculo, y no tanto una cinta al uso para cubrir el expediente. Por lo que se sabe, habrá una tercera entrega de esta trilogía de Poirot de Kenneth Branagh, pero si bien espero que pueda corregir los errores de esta, tampoco tendré demasiadas expectativas en ellas, solo cruzando los dedos para que no adapte Muerte bajo el sol, y deje la maravillosa película de 1982 como referente de la novela de Agatha Christie.