Visconti filma un desolado retrato de Venecia, el ocaso de una ciudad donde imperaba la singular belleza de ser flotante. Él mismo decide cambiar aspectos de la novela de Thomas Mann en la cual que se basa la película; Gustav Von Aschenbach, Dirk Bogarde —en la novela escritor, alter ego de Mann—, es un músico que viaja a Venecia rodeado de penurias: la muerte de su hija, su salud, su sequía creativa… Está en profunda decadencia, así como la propia Venecia, en la que un cambio de sociedad se respira en el ambiente de igual manera que la epidemia que se extiende por la ciudad: la muerte, tanto de Venecia como del protagonista, está presente como una sombra durante todo el metraje, como el agua, lo esencial de Venecia, que representa el diseño global del espacio, como un empaque masivo; un pueblo rodeado de agua como una isla, ¿por qué Aschenbach viaja a Venecia? El hundimiento, eso evoca cada plano de Visconti en el que aparece el agua desde la llegada y, después, la estancia del protagonista.
En Venecia, Aschenbach conoce a Tadzio, un joven del cual queda prendado por su deslumbrante belleza, quien derribará todos sus esquemas ya que es condenado a sus encantos y su trágico destino. Cabe destacar que Visconti no quería mostrar este «enamoramiento» del protagonista como algo obsceno. Él mostró ese amor platónico que Mann escribe en su novela, tratando una belleza inefable, aunque muchos tacharon a Visconti de indecente o sucio.
Cuando Bogarde empieza a seguir a Tadzio por la ciudad, las calles de esta se hacen laberínticas, Visconti convierte Venecia en un lugar claustrofóbico. Más tarde, Aschenbach decide pintarse la cara para llamar la atención del joven Tadzio, pero solo es una máscara, algo que nunca podrá alcanzar; no es él, es una sombra de su persona.
En la última escena en la playa, Gustav ve como Tadzio tiene una pelea con uno de sus hermanos, e intenta actuar para defenderle, pero es incapaz, no tiene fuerzas. Tadzio se separa de su hermano y se dirige al mar, al agua, haciendo hincapié en el hundimiento y la decadencia de la ciudad, el final de la vida del protagonista, el cual observa al adolescente mientras la pintura de su cara, la máscara, se derrite junto a sus lágrimas, atormentando más al personaje. Tadzio se adentra aún más en el agua, hasta que este le llega por las rodillas, y le guía el camino a Aschenbach, le muestra la senda por la cual debe seguir, aunque él sigue en la parte «terrenal» de la tierra, y Tadzio en la parte «líquida», el chico le señala, literalmente, donde debe ir Gustav, el horizonte marca el límite del mar y así el punto donde culmina la vida del músico, y entonces aparece la cámara separando a Aschenbach de Tadzio, que simboliza, también, la captura inmediata de la belleza idílica que el artista ha encontrado en Venecia. A pesar y a causa de sus intentos por alzar los pies y acercarse a Tadzio, Aschenbach alcanza su autodestrucción.
Morte a Venezia es una película espacialmente perfecta, con sus ecos, sus órganos… La fotografía de Pasqualino de Santis se basa en contar información al espectador, ilumina de forma narrativa, y en algún momento expresa la decadencia de la ciudad y la del protagonista. La dirección de actores es sencillamente espectacular, con simples gestos y movimientos que determinan la emoción y el estado de Gustav Von Aschenbach; Visconti, a parte de por sus aportaciones cinematográficas, será recordado por convertir a actores pésimos, en grandes actores. Pero aquí, lo recordamos por esta obra de arte que nos regaló para poder gozar de dos horas y diez minutos de felicidad visual.
Un artículo de Josep Rovira Claveras