Los Clade es la familia más conocida de Avalonia, no solo por el abuelo, que desapareció cuando buscaba una ruta más allá de las montañas que rodean el valle en el que viven, sino también por Searcher, su hijo, que encontró el pando, una planta que da energía a todo cuanto lo que les rodea. Lo que no cuentan los libros de historia es que la relación entre padre e hijo no era magnífica, por lo que Searcher quiere hacerlo bien con su hijo adolescente, Ethan. Pero todo se complica cuando las plantas de pando empiezan a morir y lo van a buscar para que vaya más allá de dónde nadie ha llegado para descubrir qué sucede con la fuente de energía de Avalonia, aunque para ello deba enfrentarse a todo los obstáculos que pueda encontrarse, conocidos o no.
Estamos ante una cinta muy atrevida de ciencia ficción, por muchos motivos diferentes. Para empezar, se recurre a la ciencia ficción más clásica —esa que inspiró a toda una generación antes de los setenta—, para contarnos una historia con la inevitable moraleja de trasfondo que tanto gusta en Disney protagonizada por un elenco de personajes inclusivos… Y, ¡pam! batacazo que se lleva. Por lo que se ha sabido Mundo extraño es uno de los mayores fracasos de Disney, tanto en la animación como en las live action, ya que siempre han sido desafortunados al llevar a la pantalla el género de la ciencia ficción —sin ir más lejos, podríamos hablar de El planeta del tesoro, John Carter o Tomorrowland—, además, en este caso, la moraleja no recae tanto en las relaciones personales de los personajes —como sucede en Onward o Inside Out—, sino en un mensaje final muy importante para todos. Pero lo que realmente se ha cargado la película, es el boicot que se le ha hecho porque uno de los protagonistas, Ethan Clade, sea homosexual, por lo que países del todo el mundo han prohibido su estreno en salas y plataformas. Para rematar la faena, como si ya supieran de su fiasco, en muchos mercados, como el francés, Disney envío Mundo extraño directamente a plataformas, haciendo que ni la coletilla de: «de los creadores de Encanto», haya conseguido hacer remontar el vuelo. Todo ello nos lleva a preguntarnos, ¿hay para tanto?
Cierto es que estamos ante una de esas películas de Disney en la que no hay villanos —que son la mayoría— y que la trama es un tanto superflua, pero se trata de una aventura de la vieja escuela, bien construïda, con una lógica interna muy bien lograda que captará nuestra atención, sobre todo cuando, al final, comprendamos que es lo que está sucediendo. Por lo que respecta al boicot, es algo lamentable, pero que ocurre más veces de las que creemos —como con Lightyear y el beso lésbico—, y más cuando el tratamiento es completamente natural y su inclusión en la trama es correcto, no se nota forzado para cumplir, sino que es así cómo podría ser otro tipo de relación. Entonces, ¿qué sucede? En muchos aspectos creo que esta peli peca tanto de demasiado antigua como de demasiado moderna; por un lado, el trasfondo recae demasiado en una ciencia ficción muy típica hace casi cien años, pero que últimamente está un tanto de capa caída; y, por el otro, la inclusión en cuanto a los personajes, es demasiado atrevida para nuestras cortas mentes.
Todo ello, lo bueno y lo malo, lo que se critica y lo que debería elogiarse, para una película que tampoco es que sea el súmmum, sino que es más que aceptable, le repercute más que si es una buena peli o no. Por lo que el trabajo de gente como Don Hall y Qui Nguyen, que vienen de éxitos como Raya y el último dragón, Encanto, Vaiana o Big Hero 6, caiga en saco roto por pequeños detalles que, a priori, deberían ser intrascendentes que ni tan siquiera nombres propios en el doblaje como los de Jake Gyllenhaal, Dennis Quaid, Lucy Liu o Alan Tudyk, consiguen salvar.
Una película que, como muchas otras, recibirá un buen varapalo y permanecerá en una segunda o una tercera línea tras sus supuestos hermanos mayores, pero que, con el tiempo, seguro que recupera su caché y se convierte de culto, como ya sucedió con la mencionada El planeta del tesoro o Atlantis.