
Todo empieza con el rodaje normal —aunque poco apasionado por parte del director— de una peli de zombis, sin embargo, en seguida, las cosas se tuercen cuando los muertos vivientes se alzan de verdad y atacan a todo el equipo de producción que intenta huir por cualquier medio.
Esta es la premisa de esta película japonesa que revolucionó al mundo del terror, y todos podríamos pensar que la gente ha perdido la chaveta, ya que por muy bien rodada que esté o muy buenas sean las interpretaciones, este argumento es el de todas las pelis de zombis. Entonces, ¿qué tiene de especial? Para no revelar el misterio, algo que debe ser descubierto por el espectador, solo comentar que pasada una primera hora en la que uno se pregunta qué coño está viendo, las cosas se explican, se encauzan hacia un argumento que se puede seguir y todo cobra sentido… dándonos cuenta que estamos ante una genialidad.
Lo cierto es que es muy difícil hablar de esta película sin destriparla, pero es que justamente en el giro de guión recae la magia del artificio, aquello que hace que la peli sea sorprendente e inigualable, muy al estilo de la revelación final en El truco final de Nolan, algo que si se cuenta pierde un poco la gracia.
Dejando al margen y el argumento, es muy interesante ver como Ueda hace encajar todas las piezas en un guión genial y bien cuadrado, para revelarnos los hechos que hay frente y detrás de las cámaras, del mismo modo que sucede al final de Ocean’s Eleven, en el todo no es lo que parece. Ya que, siendo sinceros, aunque es cierto que esta cinta tiene una vinculación muy estrecha con el cine de terror y con el de zombis especialmente, estamos ante una comedia que va un poco más allá de lo anecdótico y nos cuenta cómo funciona el cine, como se tienen que hacer malabares para sacar un proyecto adelante, y hasta que punto las personas implicadas están dispuestas a sacrificarse por el arte… o por el producto. Ya que es en esto último en lo que Ueda deja en el aire, hasta donde el cine es arte y hasta donde algo que comercializar, satirizando y cargando las tintas en ambas direcciones.

De esta manera, tanto por lo que vemos al principio, como por lo que descubrimos después, así como por las lecturas que se puede hacer, One Cut of The Dead es una comedia cercana, auténtica y que pretende hacernos ver que la profesionalidad puede estar en cualquier lugar, como, por ejemplo, en un director de anuncios de segunda fila al que se le encarga filmar una cinta de terror de media en una sola toma y que, encima, se emitirá en directo… Ups, esto creo que no tenía que decirlo. Pero lo cierto es que una vez se ha descubierto el pastel y el artificio y comprendemos que lo que hemos visto al principio es el producto final, lo que vendrá a continuación será un ir y venir de secuencias cuyo ritmo irá in crescendo hasta un clímax mucho más intenso que el de la peli que se está filmando. De algún modo esto es cine dentro del cine elevado a la enésima potencia.
Con un reparto que ha nosotros nos será completamente desconocido, pero que una vez uno entra en el juego le parecerá perfecto, Ueda consigue salvar todas las diferencias culturales para crear una cinta que puede ser vista por cualquiera que le guste el cine, ya que salvo algunos pequeños detalles —sobre todo en la manera de comportarse, muy nipona— que nos resultarán extraños, el resto nos narra una historia universal de superación y sobre la familia perfectamente extrapolable a cualquier país del mundo. Tal es así que Michel Hazanavicius —director francés aclamado por The Artist—, hizo un remake el pasado 2022.
En resumidas cuentas, One Cut of The Dead gustará tanto a los seguidores del terror como a los de la comedia, así como a los amantes del cine en general, ya que en un proceso narrativo brillante, Ueda firma una cinta de esas que, a pesar de su sencillez, marcan un hito en la historia del cine. Imprescindible.