
Dentro del vasto mundo del spaghetti western, un subgénero caracterizado por su tono cínico, antihéroes moralmente ambiguos y una estética más cruda que la del western clásico estadounidense, Oro maldito se erige como una de las películas más extrañas, brutales y visionarias jamás filmadas. Dirigida por Giulio Questi, un cineasta con un enfoque experimental y provocador, esta peli rompe con muchas de las convenciones del género, incorporando elementos surrealistas, una narrativa fragmentada y una violencia extrema que incluso dentro del spaghetti western resulta impactante. Oro maldito se aventura en un terreno mucho más oscuro y psicológico, convirtiéndose en una obra de culto con una estética casi pesadillesca.
La historia sigue a un pistolero mestizo que forma parte de una banda de forajidos que ha robado un cargamento de oro. Sin embargo, en un giro inesperado, la banda lo traiciona, lo dan por muerto y se reparten el botín. Gravemente herido, logra sobrevivir y regresa con un único propósito: venganza. Pero la historia no se desarrolla como un típico western de venganza; en su camino, el protagonista se enfrenta a una serie de personajes sádicos y crueles, cada uno más depravado que el anterior. Entre ellos destaca Oaks, el líder de los bandidos traidores, y Sorrow, un hombre de negocios que maneja el pueblo con puño de hierro y es aún más corrupto de lo que se imaginaba. La trama se sumerge en un espiral de brutalidad, traición y locura, donde el oro no es solo una recompensa material, sino un símbolo de la decadencia y la destrucción que consume a todos los personajes.
Questi no sigue las estructuras narrativas típicas del género; en su lugar, presenta un relato fragmentado, repleto de saltos temporales, flashbacks ambiguos y secuencias que rayan en el surrealismo. El montaje y la dirección reflejan una atmósfera onírica y perturbadora, que da la sensación de que todo ocurre en un mundo deformado por la avaricia y la violencia. La película, más que narrar una historia lineal, parece una pesadilla en la que el protagonista está atrapado sin escapatoria.
Si algo caracteriza a Oro maldito es su violencia extrema. Aunque el spaghetti western ya se había distanciado del tono heroico del western clásico, esta película lleva la brutalidad al siguiente nivel. Las ejecuciones son despiadadas, las torturas gráficas y los enfrentamientos no tienen el más mínimo rastro de honor o justicia.

El personaje de Tomás Milian —histriónicamente perfecto, como siempre—, aunque es el protagonista, no es un héroe en el sentido tradicional. Es un hombre impulsado por el odio y la necesidad de ajustar cuentas, sin importar las consecuencias. Sus enemigos, en cambio, son personificaciones de la depravación humana, cada uno con motivaciones puramente egoístas y crueles. En este sentido, más allá de la sangre y la pólvora, Oro maldito es una película cargada de simbolismo. El oro, como en muchas historias de western, representa la codicia, la corrupción y la destrucción de la moral. Sin embargo, Questi lo lleva más lejos, sugiriendo que no solo el oro es la causa de la violencia, sino la propia naturaleza humana.
Oro maldito es un spaghetti western como ningún otro. Su mezcla de violencia extrema, simbolismo, narrativa fragmentada y estética perturbadora la convierten en una experiencia cinematográfica intensa e inolvidable, reforzada por una fotografía a cargo de Franco Delli Colli con escenarios más cerrados y claustrofóbicos, con colores desaturados y un uso del montaje que intensifica la sensación de angustia.
No es una película para todos los gustos, su brutalidad y su estilo poco convencional pueden ser difíciles de digerir para quienes buscan un western más tradicional. Pero para aquellos que disfrutan del cine experimental, de las historias crudas y de las películas que desafían las normas del género, esta es una obra indispensable.