Nancy y su grupo de amigos empiezan a tener unos extraños sueños en los que un hombre desfigurado por las quemaduras, vestido con un jersey rojo y verde y que luce una garra metálica en la mano intenta los acecha con la pretensión de acabar con ellos. En todos sus sueños aparece el mismo hombre y comprenden que es algo más que una casualidad, hasta que descubren que se trata del ente diabólico —o el fantasma onírico, según se prefiera— de Freddy Krueger, un hombre que fue quemado vivo tras descubrirse que había matado a niños de Elm Street, la misma calle en la que viven Nancy y sus amigos. Será cuando los primeros caigan en las garras de Freddy, que los demás decidirán tomar las riendas de la situación e intentar acabar con él.
Aunque Wes Craven ya había realizado varias películas, algunas de ellas de terror, lo cierto es que Pesadilla en Elm Street era su creación, su propio proyecto, ya que en su trama puso mucho más de él de lo que uno podría pensar de un producto tan comercial como es la primera aparición Freddy Krueger. Sin ir más lejos, el nombre del personaje es el de un antiguo compañero de clase de Craven que se metía con él, pero lo interesante es cómo fue concibiendo y añadiendo elementos a este personaje que aparece en los sueños para acabar con sus víctimas, algo que surgió de un artículo sobre los jemeries refugiados en Estados Unidos, pero también de cosas tan banales como su propio gato o de lo estridente que resulta al ojo humano la combinación del rojo y el verde. Todo ello dio lugar un personaje tan bien perfilado desde sus inicios que aún hoy sigue siendo una gran figura del imaginario popular tal y como lo concibió Wes Craven y lo interpretó un desconocido Robert Englund hasta convertirlo en una estrella del cine de terror.
Lo interesante de Pesadilla en Elm Street es que después del éxito de La matanza de Texas, Halloween y Viernes 13, se había convertido en un género tan popular que de inmediato se quemó y se convirtió en un producto de explotación, por lo que la nueva concepción de un asesino peligroso como Freddy, que aparece en los sueños y acaba con sus víctimas irremediablemente, ya que es imposible mantenerse despierto, supuso un soplo de aire fresco a un género que si bien tenía un buen recorrido, la industria estaba en el camino de cargárselo. Aquí, Wes Craven consiguió dar una vuelta de tuerca, un golpe en la mesa, y demostrar por lo que sería recordado a posteriori al demostrar que los límites del terror solo estaban en nuestra mente al explorar un género partiendo del mismo patrón —un grupo de adolescentes con las hormonas disparadas y un asesino que quiere acabar con ellos—, pero recurriendo a elementos fantásticos y no tan terrenales como un psicópata que se fuga de un manicomio o una motosierra.
Como suele pasar en estos casos, en los que el presupuesto no era demasiado boyante y el autor pretendía mantener el control creativo de todo —algo que no suele gustar a las productoras que siempre terminan por meter la mano en la versión final, como sucede aquí con el final—, se recurrió a un equipo joven y con más de trabajar que, necesariamente de cobrar, siendo, tal vez, Craven el más veterano. Por este motivo no es ninguna sorpresa que a excepción de gente como John Saxon y Ronee Blakley —que interpretan a los padres de Nancy—, no haya ninguna cara conocida más, a parte de un jovencísimo Johnny Depp en su primer papel, pero claro, en ese momento no era el Johnny Depp que todos conocemos hoy en día.
Sin embargo, lo cierto es que las interpretaciones son lo suficientemente verosímiles como para que podamos creernos la rocambolesca historia de un asesino que aparece en los sueños… porque, no podemos negarlo, no se puede ser más retorcido para sacar un asesino así, pero es que la producción al completo se volcó para que un Robert Englund cubierto de cicatrices pudiera no solo dar miedo durante la peli, sino después, ya que Freddy ha salido de las pantallas para ser un personaje tan icónico que incluso aquellos que no hayan visto la cinta, saben quien es.
En definitiva, Pesadilla en Elm Street es una vuelta más de tuerca del género slasher, que no solo busca el terror y el susto fácil, sino también innovar un género que fácilmente se quedó trillado, por lo que Wes Craven demuestra con su creación que todo es posible, incluso crear un géiser de sangre o hacer volar a una actriz.