El verano de 1993 un chiquillo de cinco años recién cumplidos —un servidor— tuvo la fortuna de visitar el archiconocido parque de EuroDisney con sus padres y su abuela durante tres días, con todas sus colas, todo el calor, toda la gente… De aquello todavía guardo muchos y muy buenos recuerdos —desde una carrera que hice cogido de la mano de Goofy y de mi madre por Main Street, a una comida en el restaurante del Coronel Hathi—; pero si algo realmente me llegó al corazón fue una atracción a la que subí todos los días y no solo una vez; siempre que se preguntaba «y, ahora, ¿qué podemos hacer?», yo solo tenía una respuesta: ¡Piratas! Sí, ese simple paseo por un riachuelo rodeado de animatronics cumplió todos mis sueños —como lo hiciera el espectáculo de Fort Frenzee en Port Aventura años después, pero esa es otra historia—, era como sumergirse en un mundo en el que todo era posible y en cada rincón había una aventura.
Diez años después, estando yo de colonias en el Pirineo, durante uno de los pocos ratos que nos dejaban ver la televisión, en la única y vieja pantalla de ese albergue apareció algo que hizo que el resto de las personas dejara de existir: el tráiler de una peli, pero no un tráiler cualquiera, era el avance de un estreno que tendría lugar a mediados de agosto… Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra. Es como si lo estuviera reviviendo ahora mismo. Fue como si solo estuviéramos la pantalla y yo. Me quedé en blanco y mi mente solo estaba centrada en memorizar cada nanosegundo de ese breve video. Tardé en reaccionar, lo admito, pero aquello caló tan hondo en mí que, cuando quince días después mis padres vinieron a recogerme, no los saludé, lo primero que les dije fue: «¿Sabéis de qué harán una peli?». Y mi madre —ay, las madres que están en todo—, respondió: «Sí, de Piratas del Caribe». Como podéis suponer, no tardamos en ir.
A parte, el tema de los piratas es uno que me ha fascinado desde que tengo uso de razón, empecé jugando con el barco de Playmobil y terminé haciendo trabajos en la universidad; por lo que, llegados a este punto, comprenderéis que con esta peli tengo algo más, casi una relación íntima. Hubiese tenido que ser muy, pero que muy mala, para que no se convirtiera en una de mis favoritas… por suerte, de mala no tiene nada.
En el Caribe corre la leyenda de un navío de velas negras y comandando por almas en pena que no deja supervivientes a su paso, pero nadie se lo toma demasiado en serio. Sin embargo, coincidiendo con la llegada del peculiar capitán pirata Jack Sparrow y el nombramiento del nuevo comodoro, Elizabeht Swann —la hija del gobernador— se cuelga un medallón de oro que le quitó a Will Turner, el herrero, cuando este era un pequeño náufrago acabado de rescatar. Este hecho, que podría parecer una simple casualidad, será todo lo contrario cuando ella caiga al agua y el medallón emita algún tipo de llamada que atraerá a ese misterioso y peligroso navío: la Perla Negra.
Podría seguir, pero diecisiete años después de su estreno ya no hay ningún misterio de la trama ni posible destripe por desvelar, por lo que con esta premisa nos sirve para pasar a hablar de lo realmente importante, que es todo el resto. El argumento se sitúa a medio camino entre las clásicas historias de piratas y las de ese terror más fantástico, siempre con la patina familiar de Disney; pero es lo suficientemente elaborado para que nos sumerjamos en él y nos dejemos llevar con el viento de popa a dónde quiera, a la vez que permite explorar todos los estereotipos y arquetipos habituales del género, mientras crea de nuevos.
Partiendo de una ambientación muy cuidada, con las inevitables licencias históricas, descubrimos un Caribe en el que no se especifica ni año ni lugar, muy al estilo de los westerns, en los que se contextualiza una época, pero no se concreta, algo que da toda la libertad a los creativos para contarnos una historia. Además, debemos tener presente que esta peli no parte de una novela, ni de un hecho real, sino de una atracción clásica de los parques Disney —concebida a finales de los sesenta—, que no dejaba de ser una idealización para los más pequeños de la versión más romántica que se tenía de los piratas. Si comparásemos los personajes de esta franquicia con cualquier pirata real, veríamos que no tienen absolutamente nada que ver; aún así, no se puede negar que los detalles que los envuelven, desde su vestuario a los escenarios, sí que se acercan a la realidad de aquella época.
Con esta base y una historia simple pero eficaz, se creó el entorno perfecto para desarrollar lo mejor de esta película: los personajes. Como hemos dicho, Piratas del Caribe explora todos y cada uno de los arquetipos del género, tenemos a los oficiales británicos con flema, el gobernador y su familia, y, sobre todo, una amplio abanico de piratas, los hay para todos los gusto y no queda nada en el tintero. En este sentido, no hay personaje que no brille con luz propia, incluso aquel figurante de la segunda línea de la tripulación maldita, todos y cada uno de ellos merecen la pena. Pero, como es de suponer, son los personajes principales los que se llevan la palma, no solo por el trabajo de maquillaje, vestuario y demás, sino también por las magníficas interpretaciones de los actores. El Comodoro Norrington de Jack Davenport, el Gobernador Swann de Jonathan Pryce, la pareja de soldados formada por Giles New como Murtogg y Angus Barnett como Mullroy, la de piratas de Lee Arenberg como Pintel y Mackenzie Crook como Ragetti, y, por supuesto, el maravilloso Gibbs de Kevin McNally, o, incluso, los empalagosos Orlando Bloom y Keira Knightley como Will y Elizabeth. Pero, como podéis notar por no haberlos mencionado, hay dos que lo bordan de tal manera que han creado unos arquetipos nuevos de piratas, estoy hablando del Capitán Barbossa de Geoffrey Rush y, por supuesto, del Jack Sparrow de Johnny Depp.
Por un lado, Barbossa personifica un pirata más tradicional, muy en la línea del Capitán Garfio de Peter Pan, pero sin ese halo de inocencia del clásico de Disney, al fin y al cabo, es el villano. Es malo, le gusta el oro, no tiene remordimientos por lo que hace, lidera a su tripulación sin empatizar con ellos, en resumidas cuentas, es un pirata de la cabeza a los pies. Además, Geoffrey Rush hace una interpretación brillante y tan apropiada para el papel, que, personalmente, lo convierten en el mejor personaje de la franquicia —al menos de las trilogía original—, ya que se sitúa en ese punto intermedio entre el bien y el mal tan carismático.
Por otro lado, encontramos a Jack Sparrow… el Capitán Jack Sparrow, en el que se dio la coincidencia de dos elementos muy importantes: un personaje muy bien definido y el mejor momento de Johnny Depp. Este pirata llegó a la vida del actor en el momento oportuno, antes de que todos sus personajes fueran una mezcla extraña y repetitiva de lo mismo, y supo impregnar de su talento cada una de sus apariciones, algo que le valió para convertirse en el personaje más emblemático de Piratas del Caribe. Aún siendo un pirata y tener sus momentos egoístas, Jack Sparrow no es uno de esos criminales del mar, es algo más, es un aventurero, es intrépido, leal, ingenioso y, por supuesto, un poco cara dura; sin llegar a ser un Robin Hood del Caribe, puede que sea la versión más romántica de los piratas.
Gore Verbinski y su equipo realizaron una peli que no tiene fallas, todas las piezas encajan por si solas, y eso que el director se metía en una gran producción sin haber catado ninguna antes, y aprueba con nota. No solo en cuanto a historia, que cumple con lo que se puede esperar de una aventura de piratas, sino también por la puesta en escena, un ritmo trepidante en todo momento, unas batallas navales en las que se nos sitúa directamente en la cubierta del barco, o esos momentos de calma tensa en la que los piratas malditos entran en acción. Precisamente es este elemento el que juega un papel fundamental en la película, ya que si bien se usan efectos digitales, el que hace que los piratas vayan cambiando de «piel» cuando les toca la luz de la Luna, es muy convincente, y más cuando, por ejemplo, se usa en un trepidante duelo entre Barbossa y Sparrow.
Por otro lado, pero no menos importante, la peli tiene algo esencial para que el cine de aventuras funcione de forma correcta, un ritmo excelente, que se ve acentuado por unos diálogos sin circunloquios, sin paja y muy frescos, con alguna que otra puya, pero siempre de forma apropiada para que el espectador no se pierda en chistes banales.
Sinceramente, desconozco si esta producción se planteo como una peli independiente y, debido al éxito, después se decidió hacer las dos siguientes, o si estas ya estaban en mente de sus responsables; sin embargo, es imposible negar que si solo hubiese existido —sin que los errores del exceso de explotación que fueron la cuarta y la quinta entrega la hubiesen dañado—, estaríamos hablando de una de las mejores películas de los primeros años dos mil e, incluso, de la historia. Y no es para menos, ya que el género de piratas, a excepción de algunas intentonas, siempre había estado condenado al fracaso —algo muy parecido a lo que sucede con las pelis basadas en videojuegos— o la mediocridad, por lo que Disney se sacara de la chistera esta peli, ya la convierte en un referente.
Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra es una fotografía perfecta de una época sin caer en el error de querer representarla a la perfección, sino sacando el máximo de provecho de los elementos que más llaman la atención de ella: los duelos de espadas, los abordajes de barcos y la búsqueda de un tesoro. En el cine acostumbra a haber pocas ocasiones en que todas las partes que forman una peli encajen como lo haría el mecanismo de un reloj suizo, y la primera entrega de Piratas del Caribe es una de ellas.