
Richard Brown es un profesor de lengua en una universidad que un día recibe la terrible noticia que padece un grave cáncer de pulmón y que solo le quedan unos pocos meses de vida. Rechazando todos los tratamientos y confesándole la verdad solo a su mejor amigo, otro profesor, Richard decidirá que está harto de vivir encorsetado en la vida que ha tenido y dejará de callarse todo aquello que siempre se había guardado para él. Le confesará a su mujer que sabe de la infidelidad que mantiene con el rector de la universidad; dará sus clases como siempre ha querido, con un grupo reducido de alumnos y sin tediosas sesiones magistrales; probará las drogas y se hartará de alcohol… Pero no lo hará para huir de la verdad, sino para aprovechar una vida que cree que ha tirado a la basura por pretender ser alguien importante.
Si solo nos fijamos en la premisa de la historia, veremos que, una vez más, el cine nos ofrece una peli de superación personal, incluso cuando es la muerte la que llama a la puerta del protagonista. Películas en las que el personaje principal debe afrontar su cercana muerte, y lo hace haciendo lo que nunca antes ha hecho, hay unas cuantas, las suficientes para que, delante de Richard dice adiós, no tengamos muchas expectativas en ella. Sin embargo, lo que hace destacar esta cinta, no es tanto la premisa, sino la manera en la que el director saca provecho para contar una historia muy simple, muy cercana y que en seguida logra captar la empatía del espectador.
No, no es la gran peli para arrebatarle todos los tabús al cáncer, no lo es, ni mucho menos, ya que el principal pilar de esta cinta no es tanto la historia —que como hemos dicho ya está bastante vista—, sino como se cuenta. En esta ocasión, si bien el protagonista decide hacer todo lo que no ha hecho antes, no trata de vivir la vida al límite —como hicieron, por ejemplo, Jack Nicholson y Morgan Freeman en Ahora o nunca—, sino en soltarse la melena, rechazar los postureos de la sociedad, ser sincero con uno mismo y consecuente con ello hasta la última de sus consecuencias.
De la misma manera, los sentimientos expresados no son originales, no se ha buscado filosofar sobre la muerte, sino que, mediante la voz de un profesor universitario con mucho bagaje, se hace todo lo contrario. Es decir, esta no es una peli que busca ser profunda emocionalmente, más bien todo lo contrario, ya que Richard ha pretendido ser trascendental toda la vida, pero ahora que sabe que llega su fin y ve la verdad, sabe que la ha desaprovechado. Esto lo vemos, sobre todo, en sus clases, en las que decide pasarse por el forro todo el ceremonial académico, para centrarse solo en aquellos alumnos que realmente quieren sacar algo de la asignatura y, de paso, ofrecerles una lección vital.

Todo el peso de la interpretación recae en un solo hombre: Johnny Depp. Es cierto que hay actores muy solventes en papeles secundarios que cumplen con su rol —como Danny Huston como el amigo de Richard y Ron Livingston en un histriónico rector «queda-bien»—, pero si el actor que interpreta a Richard no hubiera dado la talla, la película se hubiese desmoronado… y Depp consigue darla. En una de sus mejores interpretaciones de los últimos años, el actor se esfuerza en alejarse del estereotipo de excéntrico —que él mismo creó dando vida a Jack Sparrow, a Willy Wonka o al Sombrerero Loco—, para poner en la piel de una persona real, con sus problemas, sus frustraciones y sus miedos, que se enfrenta al destino con lo único que le queda, la esperanza de terminar la vida como le apetezca. En este sentido, son muchas las ocasiones en las que en los ojos de Depp se puede leer la sinceridad de lo que siente, como si en esta peli hubiese volcado todos sus problemas —que son unos cuantos, al menos los que han trascendido— para interpretar aún mejor al bueno de Richard; es decir, hay secuencias que el que habla no es el personaje, sino el actor.
En conjunto, Richard dice adiós no es una gran película, incluso se la podría criticar de superficial, pero es que en ningún momento tiene esa pretensión; como hemos dicho, no busca la profundidad emocional y filosófica que rodea una muerte cercana como la del protagonista, sino que su única intención es contarnos una historia cercana, sincera, divertida en muchos momentos, y, sobre todo, sin tapujos. Si queremos pasar un buen rato —ya que además la peli no se pierde en circunloquios absurdos—, reír y llorar por igual, pero sin tener que enfrentarnos a un gran drama sobre el cáncer y la muerte, esta es nuestra peli.