
La trama sigue a Sergei Kowalski, un mercenario polaco contratado por un terrateniente mexicano para escoltar un cargamento de plata. Sin embargo, pronto se ve involucrado con Paco Román, un ingenuo pero carismático líder revolucionario, que a veces actúa más como un ladrón que como un rebelde. Entonces será cuando Kowalski decide ayudarlo en su carrera como general revolucionaro y en causa… pero siempre por un buen precio. En su camino se cruzarán con el sádico Curly, un villano despiadado que quiere acabar con ambos.
Corbucci, conocido por su visión más cruda y política del western, utiliza el conflicto revolucionario como una metáfora del choque entre idealismo y pragmatismo. Si bien la historia sigue la clásica estructura de acción y aventuras del spaghetti western, también plantea reflexiones sobre la lucha de clases, la traición y la importancia de la estrategia en la revolución, e, incluso, del papel de la mujer en este tipo de conflictos bélicos.
Como no podía ser de otro modo, Franco Nero brilla con su caracterización del cínico y astuto polaco Kowalski, un antihéroe en todas sus facetas que, aunque movido por el dinero, desarrolla cierta simpatía por los revolucionarios. Por su parte, Tony Musante ofrece una actuación enérgica y a veces cómica como Paco, el soñador que busca la justicia, mientras tiene que lidiar con sus propios sentimientos de miedo y orgullo. Finalmente, el triunvirato de protagonistas se completa con un perfecto Jack Palance interpreta con maestría a Curly, un villano psicótico que roba cada escena en la que aparece. Lo curioso de esto, es que dos años más tarde, concretamente en 1970, Sergio Corbucci repetirá esta alineación principal, cambiando a Tony Musante por Tomás Milián, en Los compañeros, en el que retratará una historia y una ambientación muy parecidas a esta, por no hablar de la caracterización de los personajes principales que, prácticamente, es la misma.
Aunque siempre tapado por la larga sombra de Leone, demuestra que fue un gran maestro de este género, combinando tiroteos espectaculares con secuencias cómicas y momentos de tensión. Su estilo visual, caracterizado por encuadres dinámicos, primeros planos intensos y un uso espectacular del paisaje, le da un tono épico y, a la vez, brutal a la película. El mejor ejemplo de todo esto es el duelo final en la plaza de toros, en la que Nero, Musante y Palance se enfrentan y la tensión va en aumento gracias a una banda sonora irrepetible de la mano de Ennio Morricone —tan destacable que trascendió a la propia peli y se ha usado en otras cintas, como Kill Bill de Quentin Tarantino—, hasta un clímax inesperado con un giro final genial… personalmente, uno de los mejores del spaghetti.

Por decirlo de algún modo, Salario para matar es como muchos spaghetti westerns, es decir, a priori puede parecer del montón y estar lejos de la cumbre del género, pero cuando uno se adentra en su historia y en sus personajes, se deja llevar por la fotografía y la cuadratura de los planos con la música de Morricone, poco a poco se va dando cuenta de que es algo más que una suerte de road movie palomitera de los sesenta. Se trata de uno de los grandes hitos de este peculiar género, porque combina el humor y la violencia como si nada, como si ambos estuvieran integrados, sin llegar a ser un western tonto como muchos de los que vendrían a continuación o uno serio y dramático que pierde esa faceta de divertimento tan importante para el cine de explotación.
Salario para matar es una de las joyas desconocidas del spaghetti western, combinando acción trepidante con un trasfondo político y personajes carismáticos. Si bien no es tan sombría como El gran silencio —otro clásico de Corbucci—, sí mantiene su sello distintivo de brutalidad y sátira. Es una película obligatoria para los amantes del género y un gran punto de entrada para quienes quieran explorar el cine de Corbucci más allá de Django.