François Pignon, un contable aburrido de una empresa de preservativos, descubre que será despedido por nada, simplemente será despedido, frente a esto, y después de fracasar en su suicidio, idea un plan junto a su vecino, Belone: se hará pasar por homosexual para que no lo despidan. Pocos días después del inicio del plan, unas fotos llegan a la oficina, Pignon en un bar de ambiente, y rápidamente todo el mundo sabe que es gay, y la idea de despedirlo se borra de las posibilidades de los jefes de la empresa. François conserva el empleo, pero ahora todos lo tratan diferente, y lo que empieza siendo una mentira para salvar su empleo y su vida, ahora se va convirtiendo en una bola de dimensiones desproporcionadas que no sabrá como parar, llevándose consigo a sus compañeros, sus amigos, su familia y a él mismo hacia un castillo lleno de mentiras cuyos cimientos son muy débiles.
Después de dar en el clavo con La cena de los idiotas tres años antes, Francis Veber sigue haciendo crecer su genio como maestro de la comedia al fijar la atención en dos temas que hoy son el pan de cada día, pero que hace más de veinte años todavía eran considerados imposibles de tratar desde la óptica del humor: el mobbing laboral y la homosexualidad, y la relación que puede haber entre ambos. Como sucede, por ejemplo, en la más reciente Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?, Veber se atreve a jugar muy cerca de la línea roja, en la que cruzarla puede implicar ser vilipendiado por intolerante, pero en ningún momento lo hace, tratando, con muy buen gusto, estos temas peliaguados sin se toman a la ligera.
Lo cierto es que la historia, a pesar de los temas subyacentes, tiene un argumento sencillo de enredo, que siempre da buenos resultados, con situaciones cómicas y rocambolescas que tanto agradan a los realizadores galos, como en la que vemos a Pignon con un condón por sombrero en un desfile, hacen de este film una obra redonda del cine cómico, en un mundo lleno de mensajes deprimidos y negativos, este tipo de películas son las que dan un toque de alegría hasta al más pesimista… como le sucede al protagonista que se deja llevar por la mentira hasta el punto de redescubrirse como persona.
El peso del protagonista de François Pignon, ese idiota universal convertido en protagonista, está recae en los hombros de Daniel Auteuil, que demuestra su talento al conseguir ser un personaje que se deja llevar por cuando acontece a su alrededor, sin llegar a pretender nada más que conservar un empleo. En este aspecto, demuestra que es un gran actor al lograr robarnos más de una carcajada a pesar de que mantenga la seriedad propia de un contable durante todo el film, con un registro expresivo más bien escaso. Junto a él, y en polos opuestos, encontraremos al gran Michel Aumont como el vecino homosexual de François, Belone, y al jefe de personal homófobo interpretado por el incombustible y extraordinario Gérard Depardieu, que, una vez más, demuestra porque es uno de los grandes actores galos. Además, el reparto se completa con nombres propios de la talla de Thierry Lhermitte, Michèle Laroque o Jean Rochefort.
Sin ahondar más en el tema, aunque crecen los escenarios, lo cierto es que la idea de base sigue siendo la misma que hizo triunfar a La cena de los idiotas, unos pocos personajes que no hacen más que contarse mentiras, muy en la línea del teatro cómico más tradicional, permitiendo que empaticemos con ellos, pero también nos riamos con o de ellos.
A pesar de tratar unos temas tan delicados en una peli que, seguramente, hoy día no se llegaría ni a plantear hacer, el resultado es una cinta sin altibajos, que mantiene en todo momento el tono de comedia ligera accesible a todo el mundo; repleta de un guion brillante con juegos de palabras y demás virtuosismos del humor inteligente, Salir del armario demuestra que se puede hablar de todo sin ofender a nadie a la vez que se pasa un buen rato.