
Después de muchos éxitos capturando monstruos por todo el mundo, la pandilla de Misterios S.A. regresa a Villamolona por todo lo alto para inaugurar una exposición en el museo con todos los disfraces de los villanos que han desenmascarado a lo largo de los años. Sin embargo, justo cuando están rozando la gloria, varios disfraces cobran vida y aterrorizan al público, a la vez que un nuevo villano los amenaza, poniendo a toda la gente en su contra y obligándoles a trabajar a escondidas para revelar al auténtico malvado y recuperar la buena fama que siempre han tenido.
A pesar de todos los cambios que sufrió el guión original de la primera entrega dos años antes, la cinta logró lo necesario para que esta secuela —un subtítulo absurdo en nuestro país— fuera posible, y por ello se repitió la fórmula en todos los aspectos. Repitieron el director y el guionista, así como los actores principales, y la trama, en lugar de ubicarse en un lugar exótico, se localizó en la base de la pandilla. Sin embargo, lo interesante de todo, es que a diferencia de su predecesora, esta peli busca una conexión más directa con la serie de animación original al introducir esa larga lista de disfraces —aunque con algunas ausencias debido al exceso de presupuesto que se requería para ellos— que usaron los villanos en la televisión de los sesenta y setenta, siendo, de algún modo, un gran tributo al legado de Scooby-Doo en la televisión de lo fantástico, como sucede con Buffy, cazavampiros. Por si esto fuera poco, lo cierto es que a pesar de que se alarga y aparecen algunas subtramas —algunas de ellas de relleno como la del interés amoroso de Velma—, la estructura del capítulo se asemeja bastante a la de los capítulos de la serie original, aunque con un poco más de fantasía que como sucedía en esos.

Algo de lo que no hablamos en el artículo de Scooby-Doo es que a diferencia de la serie, en la que los elementos fantásticos eran falsos y basados en efectos de espejos e hilos, tanto en esta peli como en la de 2002, los monstruos, aunque de formas diferentes, son reales, es decir, si en la primera eran una suerte de demonios perrunos, aquí son los disfraces que cobran vida, para convertirse, en definitiva, en unos monstruos de verdad que aterrorizarán la ciudad, aportándole mayor espectacularidad a las sencillas tramas de la serie.
Como es de esperar en una peli family friendly como esta —que ya no es una modificación de una idea diametralmente opuesta—, toda la producción está a un nivel moderado, aceptable, desde la realización —con una dirección efectiva y unos efectos visuales que siguen la línea del 2002—, hasta las interpretaciones de unos actores que aceptaron sus roles casi a regañadientes para la primera entrega pero que no dudaron en regresar en esta segunda para pasárselo en grande, incluso llegando a hacer la mayoría de las escenas de acción. Además de Freddie Prinze Jr., Sarah Michelle Gellar, Linda Cardellini y Matthew Lillard, al reparto se unieron dos nombres propios y grandes secundarios de la comedia, como son Seth Green y Peter Boyle, conocido por ser la criatura en la brillante El jovencito Frankenstein de Mel Brooks.

Así pues, todos los ingredientes estaban sobre la mesa, se cocinaron siguiendo la misma receta, pero si bien la primera entrega se salvó de la quema por ser un éxito —a su escala— en taquilla, en este caso, incluso estando preparando un posible cierre a la trilogía, el público no reaccionó igual de bien y fue un fracaso, ya que el efecto sorpresa que tuvo Scooby-Doo había pasado y esta solo fue más de lo mismo. Ahora, con el paso del tiempo, es cierto que la primera es mejor que la segunda, como suele pasar, pero casi se pueden ver como un todo, a pesar de la falta de conexión, ya que su escasa duración y el hecho de que sean los mismos actores y la misma manera de dirigir y narrar, se complementan. Cine comercial de principios de los 2000, una época en la que la industria del séptimo arte era un poco diferente a la de ahora.