
Para todos aquellos que no lo sepan, el cine de explotación no solo existió en Estados Unidos —esos Estados Unidos a los que tantas veces se han referido cineastas como Tarantino—, sino también en el resto del mundo. El cine visto como industria no como arte ha sido aprovechado en las cuatro esquinas de nuestro planeta; desde los clásicos imperecederos del terror de la Hammer británica, a los spaghetti westerns de origen italiano, son maneras muy particulares de hacer cine, que se intenta vender un producto para entretener como máximo un par de horas sin necesidad de llegar a pensar… Vamos, que de cintas de serie B —o Z— ha habido en todas partes, incluido en nuestro país.
Precisamente, el spaghetti western fue el germen de este cine en nuestras tierras —aunque ya desde finales de los cincuenta se hicieran cintas para exportar—, allí se dio la combinación de historias muy duras, repletas de violencia e irreales que solo pretendían ofrecer un espectáculo de bajo coste. De allí, se pasaría al fantaterror, con todo tipo de monstruos y maldiciones, al terror más castizo, al gore, a la ciencia ficción de baratillo, a la españolada —esa comedia tan cañí—, al cine del destape más descarado e, incluso, al cine quinqui. Todo ello forma parte de la historia del cine de nuestro país, que se aleja de lo académico, de lo que moralmente se acepta como historia, pero que en realidad era lo que nos llegó desde finales de los cincuenta hasta bien entrados los ochenta mediante las salas de cine primero y los videoclubs después.
Este documental es un retrato de ese cine, un repaso exhaustivo a las principales películas y artistas que lo nutrieron, que sacaron provecho de él, que lo explotaron hasta el final y que, de paso, algunas veces crearon auténticas obras de arte. Por decirlo de algún modo, Sesión salvaje es nuestro Electric Boogaloo: la loca historia de Cannon Films, aunque si bien en ese caso sólo se examinaba la historia de una productora, en este caso es más la manera de hacer cine de todo un país y de varias generaciones.

Los creadores del documental, auténticos nostálgicos de esas películas, consiguen que el espectador vaya de la mano de testimonios de esa época —sean actores y directores que lo vivieron, o expertos que lo hicieron como espectadores en sus años mozos—, descubra un mundo inimaginable de auténticas locuras que se hicieron por aquel entonces. Y es que Sesión salvaje es una peli para todo el mundo, por un lado los más nostálgico lograrán revivir una época de forma ordenada, pero, por el otro, tiene una facilidad inaudita para llegar a los neófitos que se hallarán ante todo un mar de posibilidades, provocando que los dos tipos de público hagan una lista mental de esas películas que se quieren ver cuando los créditos de Sesión salvaje. Porque lo bueno de este documental es que te hace querer ver más pelis, por extrañas o rocambolescas que sean; podrás subirte a un tren atacado por una criatura diabólica, enfrentarte a templarios resucitados, jugar en una sala de bingo junto a Esteso y Pajares o meterte en alguna reyerta en los barrios más chungos de Madrid.
Frente a la cámara desfilan nombres propios como Eugenio Martín, Antonio Mayans, Simón Andreu, Álex de la Iglesia, Álvaro de Luna, Fernando Guillén Cuervo, Jose Lifante, Esperanza Roy o Carmen Carrión, que nos dibujan un detallado fresco con sus anécdotas, buenas y malas, pero divertidas a toro pasado, de lo que era el cine hace décadas, y que si había muchas cosas malas, también las había de buenas, pero era lo que tenía ese cine más artesanal, sin estar encorsetado en normas y pautas, en la que el equipo era libre de hacer lo que les apeteciera… siempre y cuando diera un buen espectáculo.
En definitiva, Sesión salvaje es lo que promete su título, un repaso exhaustivo al cine más brutal y rompedor de la historia del séptimo arte de nuestro país, hecho con el mismo tono que esas películas que tanto nos sorprendieron y tanto nos pueden seguir sorprendiendo.