Desde el momento en el que Marvel apretó el acelerador a fondo y jugó muy duro para crear una gran franquicia para convertir a los personajes de cómic —hasta entonces cosa de frikis y niños— en todo un espectáculo de masas, hubo muchos que quisieron subirse al carro y dar a luz a sus propias hipersagas. Y, como no podía ser de otro modo, los que quisieron apostar fuerte e intentar seguir el ritmo de Marvel fueron sus máximos competidores, la alianza formada por DC Comics y Warner Bros.
Con el recuerdo del Batman de Christian Bale muy reciente, DC decidió apostar por su otro gran personaje, Superman, estrenando una peli de orígenes en 2013 auspiciada por el propio Christopher Nolan. La cinta obtuvo un buena acogida, la suficiente para que el estudio confiara en su responsable, Zack Snyder, para sacar adelante lo que se conocería como DC Extended Universe, para distanciarse del Marvel Cinematic Universe. Este era un ambicioso proyecto en el que Zack Snyder orquestaría un poco todo el asunto —guiando a los responsables de las películas individuales como Patty Jenkins o James Wan, y metiendo mano en las historias—, a la vez que preparaba un gran arco argumental que se desarrollaría alrededor de varias pelis centradas en la Liga de la Justicia. Vamos, en resumidas cuentas, lo mismo que se le pidió a Joss Wheedon con Los Vengadores, hasta que Kevin Feige decidió tomar las riendas después de que surgieran diferencias creativas… uno de los grandes males del cine comercial actual.
Con este panorama, parecía que a DC le esperaban unos años de grandes éxitos, a pesar de que Marvel le sacara un cuerpo de ventaja y no pareciese dispuesto a aflojar —bueno, en realidad, a día de hoy, todavía no lo ha hecho—. Pero, como siempre, no llueve a gusto de todos. No voy a entrar en detalles, ya que ni tan solo los protagonistas de este culebrón hollywoodiense han dejado muy claro lo que sucedió, pero en marzo de 2016, cuando se estrenó Batman v. Superman, todo el equipo se llevó un tremendo varapalo. La cinta fue un tanto incomprendida —lo que se dice tener una recepción mixta—, por lo que el concepto de partida fue puesto en duda y, en consecuencia, el liderazgo de Zack Snyder. El problema no residía tanto en que fuera incomprendida por el público —¿cuántas pelis han pasado sin pena ni gloria en su momento pero después se han convertido en cintas de culto?—, sino que los que no pillaron la idea de Snyder fueron los directivos, los mandamases que esperaban tener un MCU pero con los personajes de DC. Lo que llevó a las ya mencionadas «diferencias creativas».
Por si esto fuera poco, unos meses más tarde, se estrenó la esperada Escuadrón Suicida de David Ayer, que, esta vez, fue el público la que la recibió con bostezos. Algunos afirman que después del supuesto patinazo de BvS se hizo un corta y pega rápido para tratar de arreglarla, pero las fuentes oficiales niegan que exista un Ayer’s Cut. Pero, al final, lo que debemos tener en cuenta es que DC llevaba dos supuestos fiascos frente a un éxito relativo, El hombre de acero.
Por lo que se sabe, a pesar de que no le quitaron la confianza, los jefazos le pidieron a Snyder que aligerara el tono para siguientes producciones, es decir, que dejara de hacer lo que hace siempre: cámaras lentas, grandes planos de calidad fotográfica, tonos oscuros y mucha épica. ¿A caso no habían visto 300 o Watchmen? Pues parece ser que no, pero el caso es que la inminente Liga de la Justicia —que por aquel entonces debía estar en filmación— tenía que ser menos Snyder y más Marvel… pero no nos avancemos.
Para respiro de los fans y de los directivos, la cuarta entrega del DCEU aterrizó muy bien en las salas, estamos hablando de Wonder Woman que, de forma inmediata, se convirtió en un éxito y dio la sensación de que las cosas por fin se estaban haciendo bien. Aunque seria y más oscura, no era tan melodramática como BvS, a la vez que se le detectaban ciertos aires «snyderianos» —como el combate en las trincheras—, por lo que no desentonaba del todo con el concepto general. Aquí DC logró un empate, en la prórroga, pero logro marcar el gol que necesitaba. Pero la hora de la verdad llegaría con el «gran estreno» de ese otoño.
Ahora puede que me equivoque en la cronología, pero por aquel entonces, los rumores de que el DCEU remontaría el vuelo salían cada día, se olían proyectos con Batman —con la posible dirección del propio Ben Affleck—, secuelas de Escuadrón Suicida y de Wonder Woman, pelis con Joker y Harley Quinn de Jared Leto y Margot Robbie, a la vez que se perfilaban las producciones de pelis individuales de Cyborg, Flash y Aquaman. Todo parecía perfecto, pero sucedió lo impensable.
En mayo de 2017, poco antes del estreno de Wonder Woman, Zack Snyder tuvo que abandonar la posproducción de su gran primera película de la Liga de la Justicia por la muerte de su hija. El máximo valedor del concepto del DCEU, por motivos más que evidentes, tuvo que desvincularse del proyecto. En una situación normal y moralmente correcta, el estudio debería haber dado las riendas del proyecto a un ayudante de Snyder o alguien cercano a la concepción de la cinta —como, por ejemplo, los ya mencionados Patty Jenkins y James Wan—, para que la peli que se estrenara fuera la misma que el director que se había hecho cargo de toda la producción había imaginado. Pero aquí no fue así. Sin pretender juzgar lo que sucedió e intentando ser objetivo, la impresión que hubo fue que el estudio aprovechó la situación para meter baza contratando a Joss Wheedon —uno de los artífices el éxito de Marvel— para concluir la cinta; y, seguramente, se le dio órdenes de hacer todo lo posible para que la Liga de la Justicia fuera más Los Vengadores y menos BvS… y ocurrió el desastre.
Chistes malos —muy bien recibidos en Marvel pero incomprensibles en DC—, bigotes mal borrados, bañeras rapidísimas, recortes argumentales que convertían la trama en algo incomprensible y superficial, y ese largo etcétera que todos conocemos. Joss Wheedon se convirtió en un carnicero, haciendo un mejunje infumable. Con esto no quiero decir que la Liga de la Justicia que hubiese estrenado Zack Snyder si hubiera seguido fuese maravillosa, recordemos que ya le habían pedido que la edulcorara; pero lo que se estreno en noviembre de 2017 no tenía perdón.
En este punto, con Zack Snyder fuera, con la Liga de la Justicia pegándose un batacazo en taquilla —que no es que perdiera dinero, sino que no ganó tanto como se esperaba—, y con DC corriendo por Hollywood como una gallina sin cabeza, el DCEU llegó a un punto muerto. Las secuelas de la Liga de la Justicia fueron canceladas —o al menos las que Snyder tenía en mente—, mientras que se reestructuraba todo para dar prioridad a las pelis individuales, ya que tanto Wonder Woman como Aquaman —estrenada en 2018— habían funcionado lo suficientemente bien como para liderar todo el proyecto.
Para intentar comprender lo que ha hecho el estudio tenemos que referirnos a lo que hizo Lucasfilm cuando el Universo Expandido —libros, cómics y videojuegos de Star Wars— dejó de ser canon para dejar espacio a la nueva trilogía. Pues aquí, se ve, que todo lo que haya tenido relación con Zack Snyder forma parte de una realidad paralela. Es decir, que no solo se ha cancelado todo lo que estaba por venir, sino que, encima, se ha desechado. A la espera de ver que será The Suicide Squad de James Gunn, supongo que la filosofía de DC/Warner es quitar todo lo que no gusta y rebootearlo… vamos, un corta y pega de toda la vida. Por lo que, ahora, aunque la Wonder Woman de Gal Gadot, el Aquaman de Jason Momoa y el Flash de Ezra Miller coincidieron con el Batman de Ben Affleck, el Cyborg de Ray Fisher y el Superman de Henry Cavill, tomarán un rumbo diferente… Creo que voy a dejar de darle vueltas porque esto no lo entienden ni ellos.
En resumidas cuentas, el estudio, ante el primer obstáculo, retiró toda la confianza a Zack Snyder y pasó página. A nivel profesional, creo que Snyder salió ganando, porque si no, tarde o temprano, se hubiese ido por «diferencias creativas» —la excusa a todo despido en Hollywood—; pero como artista o artesano del cine, es comprensible que quisiese quitarse la espinita que le quedó clavada en 2017. Ya que, aunque afirma que no ha visto la versión que se estrenó en los cines, yo no me lo creo.
Sin entrar demasiado en el movimiento de masas que hubo en redes sociales a favor de que saliera a la luz el Snyder’s Cut de la Liga de la Justicia, mientras el estudio hacía caja con Aquaman y ¡Shazam! —a mi entender, un Deadpool para niños—, a partir de 2019 cada vez fue sonando más fuerte que era cierto, que había una versión de lo que Snyder había querido hacer, sin todos los parches de Wheedon. Y, aunque Warner siempre lo negó, a finales de ese año el propio Snyder hizo público que estaba trabajando en ello, añadiendo un episodio más al caos que reina en la cronología del DCEU.
Tras un par de años con filtraciones constantes del propio Snyder de lo que se avecinaba, el 18 de marzo de 2021 se ha estrenado la Liga de la Justicia de Zack Snyder en HBO Max. Con ella, el cineasta ha logrado cerrar una herida que quedó abierta en 2017, Warner ha podido seguir sacando provecho de los derechos sobre DC, y los fans han tenido la esperada versión de la peli. Pero, ojo, que lo que en ella vemos no es lo que Snyder tejió al principio del DCEU, si no, lo que ha logrado hacer con lo que grabó para la peli de 2017 y alguna cosilla más; ya que ni es la versión edulcorada que le pidió el estudio, ni la cinta 100% Snyder que él había pensado en un inicio.
Sin embargo, a raíz de este estreno, el propio Zack Snyder ha hablado de lo que se ha quedado en el tintero para las secuelas de la Liga de la Justicia que había preparado —que deja entrever en diversos puntos de su corte—: el hijo de Clark y Lois, la muerte de esta, el ascenso de Darkseid gracias a la Ecuación de la Antivida para controlar a Superman, la desaparición de Aquaman, la muerte de Harley Quinn, y un sinfín más de ideas que —de momento, porque nunca se sabe en Hollywood— no veremos, al menos de la mano de Zack Snyder.
A pesar de todo ello, esta peli, en mi humilde opinión, pone el broche —aunque no sé si de oro, plata o bronce— al arco argumental que empezó con El hombre de acero en 2013. Si uno hace el ejercicio de ver la peli de Superman, Batman v Superman: El amanecer de la justicia, Wonder Woman y el Snyder’s Cut como si de una serie se tratara, verá que forman un todo bastante coherente —tanto en trama como en tono—, y aunque se dejan ciertos cabos sueltos —Darkseid, las Knightmares, el Joker…—, cuando cada superhéroe toma su camino después de vencer a Steppenwolf, se tiene una sensación auténtica de final, con punto y aparte, pero, en definitiva, de final.
Aunque admito que no soy muy fan de DC ni del cine de Zack Snyder, ahora, tras el estreno de la nueva versión de la Liga de la Justicia, veo con otros ojos las otras tres pelis mencionadas, las entiendo e, incluso, las disfruto como el que más. Además, teniendo en cuenta lo que DC/Warner supuestamente prepara para el futuro del DCEU y lo poco satisfecho que me han dejado Escuadrón Suicida, Aquaman, ¡Shazam!, Aves de presa y Wonder Woman 1984, creo que es una pena que el SnyderVerse no tenga un futuro —en principio, así se ha confirmado por ambas partes—, porque de todo lo que ha hecho DC desde que trató de seguir el ritmo de Marvel, es lo único que se sustenta, ya que todo lo demás tiende a flojear, carece de la épica propia de sus personajes y se nota demasiado que está controlado por unos directivos más centrados en ganar dinero que en contar buenas historias… cuando sabemos que son dos cosas compatibles en cuanto a cine de superhéroes se trata. A posteriori —que siempre es más fácil—, descubrimos que el Batman de Ben Affleck era mucho mejor —y coherente— de lo que creíamos; que el Cyborg de Ray Fisher tenía mucho sentido; que Jared Leto hubiese sido un gran Joker en las manos apropiadas; que Steppenwolf daba el miedo suficiente para temerlo; que Darkseid podría ser el gran villano que todos esperábamos; y, lo más importante de todo, que el postureo propio de la forma de trabajar de Zack Snyder les sentaba a la perfección a todos ellos. Pero, queridos lectores, así es el cine, y muchas veces —más de las que creemos— debemos quedarnos con lo que pudo ser y no fue.