
Después de que un camión de transporte de armas sea atacado, cinco sospechosos habituales —guiño, guiño— son reunidos en una rueda de reconocimiento sin un motivo aparente más allá del mero hecho de ser criminales conocidos por la policía. Sin embargo, esta reunión improvisada terminará con una asociación de estos criminales para un golpe mucho más grande y que les puede reportar un buen pellizco para abandonar sus vidas. Tras un éxito fulgurante que dejará en evidencia al cuerpo de policía de Nueva York, el hombre que les encargó el trabajo querrá que este peculiar grupo de delincuentes repita su éxito; al principio no estarán de acuerdo, pero todo cambiará cuando descubran que el hombre que los está empleando no es otro que Keyser Söze, pero… ¿quién es Keyser Söze?
Desde su estreno, muchos años y muchas cosas han pasado que han hecho que las vidas de los artífices de esta película hayan cambiado, para bien y, desafortunadamente, para mal. Sin embargo, no podemos negar que estamos ante una de las mejores películas de los noventa y uno de los mejores thrillers de acción de la historia. Si observamos la trama base de la peli, en realidad, no es nada del otro mundo, una historia de ladrones, traficantes y policías corruptos; pero por lo que destaca y por la que debe ser tenida en cuenta es por su narración que logra mantenernos en vilo durante todo el metraje… incluso ahora, más de veinte años después de su estreno. Y es que no puedo dejar de admitirlo, Sospechosos habituales es una de esas pocas películas que, aún conociendo su secreto y la resolución final, me sigue sorprendiendo cada vez que la veo. Por supuesto que sé quien es Keyser Söze y cómo logra conseguir su objetivo tomándole el pelo al bueno de Chazz Palminteri al meterle toda una sarta de bolas; sin embargo, así que en pantalla se ve la escena del barco y la muerte de Dean Keaton, la manera con la que se presentan los hechos consigue que me deje llevar hasta el punto de vivir esta película como si fuera la primera vez que la veo… y esto es algo que no todas las películas consiguen.
Si la historia hubiese sido montada de forma lineal, habría pasado sin pena ni gloria por las salas, sin embargo, la gran genialidad reside en cómo se nos presentan los hechos, como el espectador va hacia delante y hacia atrás en esas dos líneas temporales separadas por seis semanas de tiempo, y, lo más importante, de que manera Verbal Kint nos narra los hechos, con esa familiaridad propia de alguien que ha observado los hechos desde la barrera. En realidad, a pesar de la importancia de los robos y de los encuentros con todo tipo de delincuentes, las escenas de peso son las que suceden en el despacho de la policía de Los Ángeles y como el personaje de Kevin Spacey le va dando vueltas a lo sucedido, consiguiendo que la policía se lo crea.

Si bien el tándem formado por Bryan Singer y Christopher McQuarrie —actual guionista de cabecera de Tom Cruise y que sigue demostrando un talento especial para darle un plus a las pelis de acción— demostraron un talento brutal al momento de enfocar Sospechosos habituales, una de las bazas con las que contaron fue el reparto que protagonizó la cinta. Stephen Bladwin, Gabriel Byrne, Benicio Del Toro, Kevin Pollak y Kevin Spacey son los cinco ladrones alrededor de los que se articula la trama, sobre los cuáles se mueven un buen elenco de secundarios entre los que se encuentran hombres de la talla del ya mencionado Chazz Palminteri, Pete Postlethwaite, Dan Headaya o Giancarlo Esposito.
Bien es cierto que, en realidad, en todo momento se está mintiendo al espectador ocultando rostros, dándole la vuelta a las tramas e, incluso, jugando con la cámara para que nos creamos la versión de Verbal; pero es que lo que vemos en pantalla es la versión de Verbal, no es la realidad, y la pieza clave de que Sospechosos habituales funcione y siga funcionando cada vez que uno la vea es ese giro final, cuando a Palminteri le cae la taza al suelo y todas las mentiras salen a la luz y las piezas encajan de verdad… ya que en ese instante nosotros también somos conscientes de que nos han estado vendiendo gato por liebre. En este sentido, uno tiene la misma sensación cuando Christopher Nolan nos revela el secreto de Alfred Borden en El truco final: todo el rato hemos tenido la verdad frente a nosotros, sin embargo, los realizadores han sido tan hábiles que nos hemos creído la versión que se nos contaba sin cuestionarla… Y es que, como público, nos encanta que jueguen con nosotros y nos engañen, esa es la magia del cine, de que nos mienten y nos lo creemos: «Convénzame, cuénteme todos los detalles».
A estas alturas, con el tiempo y la distancia desde su estreno, descubrimos en Sospechosos habituales una obra maestra del cine, uno de esos clásicos modernos que debe ser visto sí o sí y, sobre todo, disfrutado una y otra vez.