Dos años después del apabullante éxito de la primera entrega no fue ninguna sorpresa que se realizara una secuela en la que todo tenía que ser más y mejor. En esta ocasión la realización cayó sobre los hombros del mismo hombre y del mismo equipo de la primera entrega, para mantener tanto el tono como el estilo que tan bien le había ido a la primera película de la trilogía. Sin ir más lejos, y solo para mencionar un pequeño detalle, no se cambió el traje en ningún momento, manteniendo la lógica de que Peter Parker es un pobretón y, por lo tanto, no podría remendar su ya de por sí peculiar traje, si tenemos en cuenta que lo hizo un chaval de instituto con pocos recursos.
En esta peli descubriremos que ser un superhéroe no es tan fácil como parecía en la primera, no todo son flashes y aplausos por parte del público. Esto ya se apuntó en la primera, con el enfrentamiento moral que le suponía a Peter tener que luchar contra el padre de su mejor amigo, y como al final tenía que elegir entre su vida y la responsabilidad que había caído sobre sus hombros. Aquí veremos un Spider-Man más adulto que ve como su vida se desmorona: por un lado, aunque es un gran protector de Nueva York como Spider-Man, esto no le paga las facturas o el alquiler, y además le obliga a desatender el resto de su vida, haciendo que pierda su trabajo, que no pueda conservar a sus amigos o que no pueda hacer nada para ayudar a su tía. Todo esto, además, se entremezcla con la historia amorosa entre él y Mary Jane, cada vez más complicada, debido a sus «obligaciones» arácnidas, obligando al personaje a elegir entre una vida u otra.
A pesar de esta profundidad emocional de la película y del crecimiento de los personajes, que cada vez son más elaborados, la cinta tiene un toque gamberro y hasta humorístico, aunque esto lo hace de un modo un poco diferente al humor de los cómics. Mientras que las viñetas Spidey es gracioso y se dedica a tomar el pelo a todos los «malos», aquí el guiño cómico recae en las interpretaciones de Tobey Maguire como un Peter Parker patoso y que, en más de una ocasión, se hallará en situaciones, como poco, incómodas. A pesar de ello, estas «bromas» no rompen el ritmo de la cinta, sino que son como pequeños apuntes que facilitan el dinamismo de un argumento, preminentemente, dramático.
Además, en esta línea, descubriremos al siguiente villano de Spider-Man, si en la primera entrega tuvo que enfrentarse al Duende Verde, en esta ocasión tiene que hacer lo mismo con uno de sus grandes rivales, el Doctor Octopus. Por si eso no fuera poco, la relación de discípulo-maestro que nace entre Peter Parker y Otto Octavius, complica sin duda su enfrentamiento como héroe y villano, ya que el pobre Peter verá como su nuevo referente «paterno» desaparece como lo había hecho el tío Ben con anterioridad. Para ello, Raimi y su equipo contaron con otro gran actor para meterse en la piel del villano, y no era para menos, ya que el listón quedó muy alto después del brillante papel de Willem Dafoe, un increíble Alfred Molina, un malo entre los malos ahí donde los haya. El actor británico consigue darle forma a un personaje cuyas profundidades son muy complejas, incluso más que las de Norman Osborn, ya que no solo juega con su talento, sino que además lo hace como el hombre, el marido y el amante de la vida, viéndose convertido en un genio del mal.
A parte de las nuevas incorporaciones como la de Molina, el reparto se mantiene al completo, encabezado por Tobey Maguire, también repiten James Franco, Kirsten Dunst, Rosemary Harris, Bill Nunn, Ted Raimi, y el genial J. K. Simmons como J. Jonah Jameson, que poco a poco se va convirtiendo en la pieza esencial que fue para la trilogía de Spider-Man creada por Raimi.
Al igual que sucede con la primera película, esta no siente el paso del tiempo, ya que no solo sigue teniendo la capacidad para engancharnos a la pantalla, sino que después de ellas, de momento no se han explorado ni los mismos personajes ni las mismas historias, por lo que, todavía, cuando alguien piensa en el Doctor Octopus ve a Alfred Molina, o cuando se hace lo mismo con el Duende Verde, vemos a Willem Dafoe. Es por ello, y supongo que los responsables del UCM ya se habrán dado cuenta, que una de las piezas esenciales de una película de superhéroes, es su villano, ya que, si este cojea, también lo hace la película al completo.
Por todo ello, y a pesar de algunos deslices que tuvo la trilogía —sobre todo en su tercera entrega—, estas películas de Sam Raimi suponen uno de los momentos álgidos del cine de superhéroes, solo comparable a las primeras entregas de X-Men, algunas de los Vengadores, o el desenlace de la trilogía de Logan.