En 1988 —por cierto, una magnífica añada—, Henk Rogers —un productor de videojuegos de origen holandés, criado en Estados Unidos y ahora afincado en Japón junto a su esposa y sus hijas, durante una convención del gremio en Las Vegas descubre un juego que se escapa a todos los que ha conocido hasta entonces… Tetris. Con una mecánica muy simple al alcance de todos y un sistema muy adictivo, Henk verá en ello una oportunidad de negocio que lo saque de sus constantes problemas económicos, pero también algo especial, algo que solo ocurre en contadas ocasiones, y se obcecará en conseguir los derechos para comercializarlo y sacarlo de su país de origen, la hermética Unión Soviética, con todos los problemas que esto pueda conllevar, no solo a las complicadas leyes rusas, sino también por todos los actores implicados, como algunos inversores británicos.
Entre pelotazo y pelotazo, Matthew Vaughn deja de dirigir exitazos de taquilla para producir toda una retahíla de productos a cada cuál más llamativo, pero que, de un modo u otro, encajan en su manera de hacer cine, como los casos de Eddie el águila o Rocketman, y, curiosamente, últimamente —desde que lo descubriera para Kingsman— el que suele protagonizar estas cintas no es otro que Taron Egerton. En este sentido, el nombre de ambos impreso en el cartel implica como un sello de relativa calidad en el resultado final, te gustará más o menos, pero podrás afirmar que es una peli más que aceptable y bastante bien hecha, y Tetris es una de estas cintas.
Con un Taron Egerton que encaja a la perfección en el papel protagonista de Henk Rogers y logra transmitir la implicación del personaje en la historia, y un reparto de caras no muy conocidas pero que cumplen con su cometido, Jon S. Baird —responsable de El gordo y el flaco de 2018— logra narrarnos una historia que se adscribe a esta nueva corriente de hacer pelis sobre cosas que ocurrieron en el pasado —el consabido «basado en hechos reales»—, pero en lugar de hacerlo sobre grandes sucesos de la Historia con mayúscula, lo hace sobre pequeños hechos a los que se les atribuye una trascendencia que no tienen, pero con los que conseguimos conectar mejor que con las grandes batallas o las grandes figuras históricas. Además, como viene siendo común, lo cierto es que no se queda en la mera recreación histórica, sino que lo hace con una viscómica —creo inapropiado hablar de humor— que consigue amenizarnos unos hechos que, de entrada, son aburridos, como largas discusiones de despacho, negociaciones por teléfono o jugadas empresariales enrevesadas.
Llegados a este punto podríamos decir que estamos ante una película de corte histórico y cierto humor, pero que no se amilana por la discreción de su producción al narrar un hecho tan intrascendente como la publicación de un videojuego. Pero lo inteligente de todo el asunto es que si uno tiene ganas de ir poco más allá y no quedarse solo en la anécdota de como se masificó el Tetris, ante sus ojos tendrá una peli en la que a partir de un pequeño ejemplo comprenderemos lo que era la Unión Soviética en sus últimos años, que miedos había a un lado y otro del telón de acero, y como algo tan tonto como un videojuego podía traer tantas consecuencias como para preocupar a gobiernos enteros.
Apple TV+ demuestra con este título —como ya lo hizo con Greyhound o como se espera que haga con Killers of the Flower Moon de Martin Scorsese o Napoleon de Ridley Scott— que es algo más que el enésimo competidor de Netflix, ya que al asociarse con gente como los de Marv Studios para producir películas inteligentes y bien hechas, pero sin perder ni un ápice de entretenimiento, como Tetris, y que va en la búsqueda de cierta calidad por encima de la cantidad. Veremos que sucederá en el futuro, pero, por el momento, Tetris cumple como lo que pretende ser, una cinta inteligente, sin pretensiones de superioridad, pero lo suficientemente entretenida como para llegar a la mayoría de la gente.