
No me gustaban los niños. Creo que es interesante comentarlo en esta crítica porque la película de la que hablamos hoy tiene que ver con todo esto. Nunca he sabido reaccionar frente a ellos y ver al resto de adultos haciendo tonterías para llamar la atención de esas criaturas con los ojos grandes y las narices goteantes siempre me han parecido, bueno, eso, tonterías. Supongo que mi percepción de los más pequeños ha cambiado con dos obras muy recientes: Estiu 1993 y The Florida Project.
Y es que en la magnífica obra de Carla Simón y en la estupenda película de Sean Baker todo el protagonismo recae en los más pequeños. Hay personajes adultos, no voy a decir que no, e incluso —como podemos esperar de unas películas de tal calidad— tienen su propio recorrido y su evolución pero siempre sin quitarle el puesto a las niñas. Esta es su película y ellas son las que nos la cuentan.
Por eso en esta película todo es de color morado. Por eso en esta película aparece un arcoíris. Por eso las niñas visitan Disney. Porque este es su verano y su mirada, su percepción del mundo, será la que nos interese. Sí, la obra se desarrolla en uno de los barrios pobres de la ciudad de Florida, entre moteles y casas derruidas, pero joder, los niños viven en un castillo —de cartón piedra— y a dos pasos de ese mundo de fantasía que es Disneyworld. La vida será dura, un infierno, para las sombras grises que aparecen en el film víctimas del egoísta sueño americano, para aquellos que han perdido su ilusión, pero para la cuadrilla de Moonee, Scooty y Jancey será pura magia.
Y sin ninguna duda, de toda la cinta mi sombra gris favorita —casi literalmente— es Bobby, el personaje de Willem Dafoe —Oh, señor nuestro—. El actorazo con la cara afilada que conocíamos recientemente por películas como John Wick —por suerte— o Death Note—por desgracia— brilla con la fuerza de un sol en esta obra de tonos lilas. Como gerente del motel donde vive Moonee hace a las mismas de San Pedro y de Cancerbero tratando a sus clientes con dureza y seriedad pero también de forma diligente y cercana.
Un personaje profundo al que no llegamos a conocer del todo—ni falta que hace— y con una interpretación y una naturalidad bárbaras. Compañero de juegos de las niñas y ángel de la guarda de los adultos. La gran virtud del carácter es que funciona a la perfección sin acaparar demasiado, en un segundo plano, sin llegar a ser secundario. El personaje es de lo mejor de la cinta, como hemos podido ver en las múltiples nominaciones a Willem Dafoe —Oh, señor nuestro— por su papel como Actor de Reparto en los Oscars

El resto de adultos del film, como Halley—la madre de Moonee—, el padre de Dicky, Gloria o la abuela Stacey son sombras o cascarones vacíos, machacados por las circunstancias—nunca trágicas por la deformación de la mirada infantil— y los que deberían poner un poco de cordura en la obra. Aunque obviamente no será así. Serán utilizados—en el mejor sentido— para tratar los temas de la obra de una forma precisa pero cariñosa, como el cirujano más filántropo.
Y esa es la gran virtud de esta película. Cómo consigue, mediante darle todo el peso a los mocosos, tratar sus temas con una entereza y una potencia desgarradora. La desigualdad económica, la adicción a las drogas, la prostitución, la pedofilia, la pérdida de la amistad y la responsabilidad aparecen en la cinta de forma sutil, casi inesperada, mientras los más peques siguen a sus juegos.
Si de alguna forma consigue The Florida Project ser tan hipnotizante es debido a su más que cuidada estética. Los colores vivos, las desfasadas construcciones de cartón piedra, el vestuario nada aleatorio de mayores y pequeños, el helicóptero… Todo el arte es utilizado para representar la visión infantil. Y a diferencia de Bioshock 2 donde cuando tomamos el control de una Little Sister la mirada de la niña es hiperbólica, aquí Baker concibe la saturación sin llegar a saturarnos. Es decir, de una forma magistral —Celebration para introducir la película, por favor.
Me gustaría finalizar hablando de un prejuicio que yo, y más de uno, tenemos. Pensamos que el panorama de cine independiente lo domina el cine europeo y, aunque la producción audiovisual alternativa sea considerable al viejo continente, películas como ésta nos muestran que las del otro lado del Atlántico, alternativas al modelo hegemónico de Hollywood, también tienen mucho que decir y de una forma maravillosa.
Parece que me están empezando a gustar los niños, pero veo la idea de ser padre como un proyecto imposible y excesivamente complicado. Supongo que me conformaré con un gato, o con dos, o con ninguno —ya que al final no sé ni cuidarme a mí mismo. Lo que sí que tengo claro es que, con películas como ésta, seré un tío ejemplar.