
Reconozcámoslo; los monstruos canadienses tienen menos pedigrí que un perro ratonero, por mucho que se vistan con tentáculos y sean invocados por sectas lovecaftianas no llegan al nivel de los monstruos del resto del mundo. Por otra parte, al monstruo de The Void no llegamos a verlo en ningún momento, así que tampoco nos da ninguna pena cuando es apaleado con furia salvaje en un estricto fuera de campo, esto es algo que sin duda se merece (no tanto por canadiense como por monstruo) y que resulta muy satisfactorio. Hay que reivindicar mas las palizas a monstruos en el cine de terror, no entiendo como es posible que haya tan pocas porque son una verdadera delicia catártica.
No obstante aquí lo que tendremos para aburrir son unos personajes que se van juntando por pura potra en un ambulatorio de la Seguridad Social que esta medio en ruinas y donde casualmente resulta estar la guarida del mal supremo, que no encuentra otro momento para emerger que este. Para animar el cotarro por allí hay un Mad Doctor trasnochado y un rebaño de esbirros sectarios que se dedican a invocar demonios a través de un portal dimensional situado en el entresuelo (junto al cuarto de las escobas). Pese a todas estas movidas, el hospital esta lleno de funcionarios cobrando horas nocturnas sin sospechar nada y prestos a hacer de carne de cañón para el ataque de la bestia.
Los actores no saben muy bien lo que están haciendo en ningún momento, de hecho no saben muy bien ni quienes son, ni que está pasando, ni donde están, ni como han llegado allí. Pero esto juega a favor del relato, porque comparten la perplejidad con el espectador casi como si no se hubiesen leído el guión. Una de los aciertos mas grandes de The Void es colarnos verdaderas animaladas sin que esto nos indigne demasiado, todo ello gracias al aura anestésica que es capaz de desplegar.
Jeremy Gillespie y Steven Kostanski están a los mandos de esta barraca, son realizadores muy conocidos por… ser excelentes personas. Ahora bien, manejan como nadie los resortes metafílmicos; Cada vez que los personajes del filme intentan usar el sentido común y oponerse a las necesidades argumentales los directores aparecen oportunamente disfrazados con túnica y capucha para impedirles escapar o para empujarlos de una habitación a otra a conveniencia del guión y con la única arma de su imponente presencia.
El dominio del metarrelato va parejo al de la narrativa fílmica. Cada vez que parece que va a suceder algo interesante hay una elipsis y cuando alguien va a morir el cámara se dedica a sacar planos movidos del florero. En el apoteosis final nos muestran la dimensión paralela y algo que parece ser muy importante, pero entonces se acaba la película, se enciendes las luces y todos nos vamos a casa a pensar, que es lo importante, que el relato repose y tenga poso.
La producción es tirando a una mierda. A destacar el buen criterio que han tenido para huir del CGI: el tándem poco dinero+un ordenador suele ser más letal que un supositorio de uranio. A cambio apuestan por las prótesis y los animatrónicos, bueno, si a un peluche sucio con un motor en el culo se le puede llamar animatrónico. Al menos así se le da un aspecto amateur y artesanal al filme y no se intenta ocultar que han gastado lo que en Hollywood se gastan en bolsitas de Ketchup.
Los valores técnicos se completan con Samy Inayeh haciendo gansadas. El director de fotografía se marca una verdadera revolución lumínica; el look rave. Lo primero que hace es no pagar la factura de Iberdrola, con lo que el plató se queda a oscuras y tiene que iluminar con un flexo de 25 watios robado en Leroy Merlin. Para una mayor dificultad, los actores se ponen un paso por delante del flexo y con esto se consigue que no lleguen a verse bien pero tampoco sean siluetas oscuras, como entonces no hay bastante luz se sube la sensibilidad a diez millones de ISO y se quema todo, el fondo y los actores quedan como una paella valenciana cocida durante un día. Un diez!
Debo recomendar su visionado muy atento, si puede ser a cámara lenta mejor. Pese a todo lo dicho no me pareció aburrida y lo pasé en grande siguiendo la evolución de los despropósitos como si de una enrevesada jugada de Messi se tratara. Aunque puede que yo no sea un buen ejemplo porque las deficiencias estructurales de mi cerebro me inmunizan contra cualquier lobotomía fílmica. El resto de la gente que la vio conmigo aseguró haber perdido entre 10 y 30 puntos de coeficiente intelectual junto a la pertinente hora y media de vida, algo que bien pensado tampoco es para tanto, seguro que habréis perdido mas neuronas esnifando pegamento o leyendo esto.