
Evelyn Wang es una mujer de mediana edad que regenta una lavandería en California, el fisco la está persiguiendo por hacer mal la declaración, tiene una hija lesbiana rebelde, un marido que parece idiota y un padre chapado a la antigua que se niega a ver nada bueno en ella. Sin embargo, todo da un giro de ciento ochenta grados cuando es llevada a participar en una batalla trascendental que implica a todos los universos, ya que Jobu Tupaki, una criatura que viaja sin obstáculos entre la infinidad de cosmos de la realidad, pretende destruirlos a todos.
Los mismo que hace unos años nos contaron cómo era una relación de amistad a través de una pareja formada por un náufrago y un cadáver en Swiss Army Man, ahora se adentran en las relaciones interfamiliares, centrándose, sobre todo, entre las que hay entre padres e hijos. Aunque al principio todo se nos presenta cómo un relato de ciencia ficción humorístico y de corte absurdo, a medida que la trama se acerca al clímax, en la que realmente se desnuda por completo, vemos cómo lo que articula esta peli es de qué manera actúa el personaje de Evelyn con su hijo y con su padre, aunque también, en cierta medida, con su marido e, incluso, con la auditora de hacienda. En esta cinta, el dúo de cineastas va un paso más allá y pone todo lo aprendido a gran escala, para mostrarnos, aunque sea mediante su peculiar manera de contar historias, que en este mundo —así como en la infinidad de universos alternativos— siempre hay motivos por ser feliz, mostrarse amable y seguir adelante, a pesar de las adversidades, los malos rollos y lo que hoy en día podríamos llamar haters vitales, pero que antes se catalogaba con una sarta de insultos.
En este sentido, Evelyn —brillante interpretado por una Michelle Yeoh desbocada, que saca talento como mujer de acción, pero también como actriz dramática— recorre todo un camino desde la anodina rutina del día a día, hasta la comprensión definitiva del universo para abrazar la felicidad en las pequeñas cosas. Es cuando realmente llega el final, cuando todo el clímax se ha superado, que nos preguntaremos: ¿hay universos paralelos que interactúan entre ellos mediante saltos, o todo es una película que se ha montado la mente agobiada de Evelyn? No hay pistas, no hay explicaciones al respecto, queda al gusto del consumidor, que interprete como quiera que ha significado este largo recorrido entre universos mediante saltos con consoladores anales, seguratas disfrazados de Carmen Miranda o dedos en forma de frankfurt.

Aunque es cierto que en muchas ocasiones las situaciones en las que se ven los personajes —como las idioteces que deben hacer para conectarse con otro universo— pueden superar a más de uno por absurdas, descaradas y grotescas, lo cierto es que eso no es más que la superficie, algo para llamar la atención, ya que, como ya he comentado, la profundidad argumental y de los personajes lo supera; del mismo modo que lo hace toda la conexión entre universos —tanto desde un punto de vista conceptual como visual—, ya que en un momento en el que todo el mundo se llena la boca con los multiversos y, en la mayoría de casos, se quede en agua de borrajas, lo cierto es que este no es el caso. En una jugada maestra que demuestra que para jugar con el multiverso no hace falta una franquicia, los Daniels nos regalan la que sea la mejor peli multiversal de la historia, sin necesidad de superhéroes ni nada por el estilo. Por un lado, aunque se explica de forma atropellada, lo cierto es que en ningún momento nadie se pierde en cómo funciona este multiverso, de la misma forma que comprende el multiverso que se estructura, cómo se conecta entre ellos y de qué manera puede afectar esto. Por otro lado, en el apartado visual —elemento crucial en este montaje— tenemos algo muy atractivo, que juega con cambios de imagen muy rápidos, con secuencias que se intercalan en los diferentes universos, presentando formatos diferentes según el universo que se muestra, todo ello para literalmente colapsar en un apogeo final que nos hará llorar, reír y aplaudir por una genialidad poco habitual en el cine actual en el que está puesto el piloto automático.

Junto a Michelle Yeoh, alrededor de la que articula toda la trama como protagonista indiscutible, también encontramos a una Jamie Lee Curtis espectacularmente increíble, una joven Stephanie Hsu en el papel de villana, que por cierto borda y acojona, a un James Hong que, como siempre, nunca falla y, finalmente, a Ke Huy Quan que seguro que por el nombre no nos dice nada, pero si os hablo de Tapón en Indiana Jones o Data en Los Goonies, que regresa a la gran pantalla de forma sorpresiva para regalarnos un papel que parece hecho a su medida.
A medida que uno avanza en la historia, si bien las similitudes con otros multiversos más sonados son más que evidentes, lo cierto es que se captan muchas influencias que van desde el tono colorista y positivo de Jean-Pierre Jeunet, pero también la acción de cintas como Matrix o Terminator, o los recuerdos de un cine a veces olvidado pero que fue clave en la historia como el de las artes marciales de origen hongkonés. El resultado final de la mezcla de todo esto es un batiburrillo que sobre el papel no funciona, pero que una vez puesto en pantalla con la buena mano de los Daniels, nos sorprenderá y nos mostrará qué debe hacer el cine: sorprender.