Tucker y Dale son dos colegas que, después de mucho tiempo, han logrado cumplir con su sueño de tener un lugar tranquilo al que escaparse los fines de semana: una cabaña apartada en un bosque donde echar unas cervezas y relajarse. Sin embargo, un grupo de estudiantes de vacaciones no opinan lo mismo, ya que solo con verlos creerán estar frente a unos psicópatas que están obsesionados con matarlos. Estos prejuicios junto una serie de hechos desafortunados harán que los jóvenes afiancen la idea y que decidan enfrentarse a ellos para salvar la vida, aunque lo único que están haciendo es empeorar más la situación.
De entrada, tenemos todos los elementos que se pueden esperar de una peli de terror del género slasher ambientada en una cabaña perdida en mitad de un sombrío bosque: un grupo de estudiantes con muchas ganas de divertirse, la advertencia de un extraño antes de su llegada, un lugar con un pasado escabroso, unos paletos extraños que pululan por allí y una larga lista de elementos oxidados y punzantes con los que todo puede ir mal. Sin embargo, Craig y Morgan Jurgenson retuercen la idea hasta el punto de girar por completo los estereotipos en un ejercicio de metacine extremo, en el que nada es lo que parece. Precisamente en esta idea se sustenta la brillantez de esta cinta que —a excepción de un par de nombres propios en el cartel, se trata de cine independiente y de serie B—, y que no es otra que el hecho de que se rompen los cánones del género para dar lugar a una situación que de por sí debería ser slasher, pero que no lo es. En realidad, veremos que los paletos no son peligrosos, mientras que los estudiantes han visto demasiadas pelis de terror y se les va la chabeta rápidamente, y todo junto se reúne en un contexto en el que todo lo que podría salir mal, sale mal.
Como decíamos, estamos ante una peli independiente que supo dar con la tecla para revitalizar el slasher, hasta el punto que lo petó en el circuito internacional del género y se ganó una buena fama con muy buenas notas en todos los medios; pero lo curioso de todo el asunto es que una rara avis entre la filmografía de su director y guionista, Eli Craig, que no ha destacado por nada más, así como por el coguionista, y por la mayor parte del reparto —cuya trabajo es indiscutible—, encabezado, eso sí, por dos actores de esos que siempre están a la altura, pero que en la gran pantalla son meros secundarios, mientras que en la televisión han tenido sus momentos de gloria. Estamos hablando de Tyler Labine y Alan Tudyk, que son una elección perfecta para dar vida a los dos paletos y lo hacen a lo grande, ya que sin ellos y esa viscómica que tienen ambos de modos diferentes —nadie puede discutir que la cara de Tudyk necesita bien poco para hacernos reír—, la peli sería algo mucho menos llamativo.
Valga decir que debemos tener presente que la virtud de esta peli no es solo la labor de unos protagonistas en su salsa y un trabajo eficaz de guión —un giro al final sorprendente— y dirección, sino también se aprovecha del resto de su equipo, y se nota, sobre todo en el montaje final, ya que el ritmo que hay en cada secuencia —y que va in crescendo— hace que la hora y media que dura la peli se nos haga demasiada corta.
En resumidas cuentas, Tucker and Dale vs Evil se trata del enésimo giro radical del género, uno que debe reírse de sí mismo para sobrevivir, tras más de cuarenta años de explotación continúa. Interesante para la mayoría, imprescindible para los fanáticos del terror.