
Nesty estaba descansando apaciblemente en la terraza de su casa, al sur de California. Era el sitio que más se parecía a su Barcelona natal. Cuando de repente su nieto de cinco años apareció y se tiró sobre su regazo.
—Papá me ha dicho que estuviste en la guerra, ¿es cierto? —preguntó inocentemente.
—Sí, claro que estuve.
—Y, abuelo, ¿fuiste un héroe durante la guerra?
El abuelo se lo miró tiernamente, era una pregunta que se había hecho muchas veces.
***
Madrugada del 6 de junio de 1944. Los cielos del Canal de la Mancha, habitualmente tranquilos, esa noche estaban siendo surcados por centenares de C-47, unos aviones de transporte que en su interior llevaban miles de paracaidistas estadounidenses y británicos dispuestos a arriesgar sus vidas saltando tras las líneas enemigas desde esos aparatos. Entre ellos se encontraba Nesty Martínez. En realidad ese no era su nombre, pero los años pasados en Estados Unidos, donde llegó a finales de 1939, habían hecho cambiar tanto su nombre como su apellido en algo que los yankees pudieran pronunciar. Para ellos, todos los europeos del sur eran iguales, no importaba si habías nacido en Nápoles, Lisboa, Atenas o Barcelona. Eras moreno y de pelo oscuro, no querían saber más.
El zumbido de los motores ensordecía de tal modo que los ocupantes de ese avión apenas podían cruzar un par de palabras sin que alguien gritara «¡¿Qué?!», dejando claro que no habían entendido nada de lo que le habían dicho.
—Cuando aterricemos —dijo su compañero de la derecha mostrando una bala—, incrustaré esta bala en la cabeza del primer boche que vea.
El proyectil se lo había dado su novia que trabajaba en una fábrica de armas de Texas. Decían que traía suerte pegar el primer tiro con una bala regalada por la pareja. Nesty también tenía una, pero su intención no era utilizarla, sino guardarla y devolvérsela a su esposa diciéndole con una sonrisa «No me ha hecho falta».
Nesty miró a su alrededor, él era el mayor de toda la compañía, a sus casi treinta años estaba junto a un grupo de veinteañeros rebeldes con ganas de matar nazis.
—Yo quiero una Luger —dijo el de la izquierda—, dicen que es la mejor pistola que se ha hecho nunca.
—No hay nada mejor que esto —contradijo el que tenía enfrente mostrando su reluciente y enorme revólver Smith & Wesson—, un solo tiro de esta preciosidad y me cargo a un pelotón entero.
La risa fue generalizada. En una situación normal nadie se hubiera reído de esa barbaridad, pero los nervios hacían que todos rieran a la mínima estupidez que alguien dijera o hiciera. Pero las carcajadas enmudecieron de golpe cuando se oyó una explosión no muy lejana. Nadie supo si era el petardeo del motor de algún avión que se había desacompasado, o si era el primer disparo de los alemanes. Lo cierto fue que después de ese ruido el silencio imperó en el avión.
El sonido constante y monótono de los motores del avión, y el silencio de sus compañeros, hizo que la mente de Nesty recordara como había llegado a aquel lugar. Había nacido en Barcelona a finales de 1914 y su vida nunca fue interesante, se había criado como hijo único de una familia obrera. A los catorce años tuvo la oportunidad de convertirse en aprendiz de mecánico. Era un trabajo con futuro y, además, se le daba bien.
Pero todo cambió en 1936, cuando la vida se volvió interesante para todos los españoles. Al igual que los que ahora le acompañaban, Nesty se había unido rápidamente al ejército republicano con la esperanza de detener el avance fascista, pero por desgracia el entusiasmo no era suficiente para detener la maquinara militar sustentada por Hitler y Mussolini. Cada día las líneas republicanas estaban más atrás, hasta que en 1938 hubo una desbandada general después de que los fascistas superaron el Ebro.