—Cariño, ven —exclamó su esposa des del comedor.
Nesty abandonó la cocina y salió corriendo hacia el comedor. En la radio se podía escuchar la voz del Presidente Roosevelt.
—… Ayer, 7 de diciembre de 1941, una fecha que pervivirá en la infamia, los Estados Unidos de América fueron sorpresiva y deliberadamente atacados por fuerzas navales y aéreas de Japón…
La esposa de Nesty se estremeció de pánico. Al igual que él, no quería vivir otra guerra. Mientras su esposa cogía en brazos a su pequeño hijo, como si tuviera que huir con él en ese mismo instante, Nesty escuchó detenidamente las palabras del Presidente, hasta que oyó lo que no deseaba oír.
—… Le pido al Congreso declarar que, debido al cobarde ataque no provocado efectuado por Japón el domingo 7 de diciembre, existe un estado de guerra entre los Estados Unidos y el Imperio de Japón.
Muchos fueron los que se alistaron para formar parte de los marines, y así poder entrar en combate contra los «japos». Muchos de los compañeros de Nesty no dudaron ni un segundo en alistarse para vengar a los hombres caídos en Pearl Harbor. Él ya había vivido una guerra, no quería meterse en otra. Además su pequeño hijo seguía creciendo y no quería dejarlo sin padre.
Pero la cosa cambió cuando se dijo que los muchachos americanos serían enviados al teatro de operaciones europeo. ¡Por fin iban a liberar Europa! Pensaron todos los americanos de origen europeo. Fue entonces cuando un brillo de esperanza apareció en todos sus corazones. Veían que el regreso a casa era más que probable. Bueno, todos no. Nesty era pesimista, y no porqué los nazis vencieran, sino porqué no creía que los Aliados invadieran España y eliminaran el yugo fascista.
—Nesty ¿has oído? —preguntó a gritos Peppe, uno de los pocos compañeros que le quedaban—. Nos vamos a Europa. Volveremos a casa.
A pesar de haberse criado en Estados Unidos, había nacido en Turín, pero su familia, de ideología comunista, tuvo que huir de Italia años atrás.
—Sabes que no podremos regresa a casa nunca.
—¿No me digas que piensas así? —preguntó decepcionado Peppe.
—Creo que una vez liberada Francia y derrotado Hitler, no irán mucho más lejos.
—Piensa en una Barcelona libre.
—Con suerte llegarán a los Pirineos —bromeó irónicamente Nesty.
Pero incluso pensando eso, el entusiasmo general, que preveía una clara victoria de Estados Unidos, tocó el corazón de Nesty. Así que, en 1942, no dudó en alistarse al ejército, aunque nunca pudiera regresar a su antigua ciudad, lucharía por la nueva. No quería que el fascismo se adueñara del mundo.
—¿Puedo alistarme? —preguntó Nesty a su esposa una noche mientras cenaban.
—Pero no dices que no va a servir para nada.
—Ya —respondió Nesty—, pero puede que me equivoque.
—¿Tú crees que si te sacrificas por nuestro país, estarás haciendo lo correcto?
—Sí —respondió Nesty sin dudarlo.
—En ese caso, no lo dudes, pero prométeme una cosa.
—¿El qué?
—Regresa con vida.
Inicialmente se alistó en la infantería, pero su determinación y su buen estado físico lo llevaron a enrolarse en la Infantería Aerotransportada, y tras un par de traslados acabó en la Compañía E, del 2º Batallón, del 506º Regimiento de Infantería Paracaidista, de la 101ª División Aerotransportada del Ejército de los Estados Unidos.
Poco después de su traslado, su esposa no dudo en dejar el trabajo que tenía en Long Island para entrar a trabajar en una fábrica de armamento y equipamiento de las afueras de Nueva York.
—Aún estás a tiempo de pedir de nuevo el empleo —le dijo Nesty cuando supo lo que había hecho—, necesitamos el dinero.
—Lo sé, pero igual que tú te tiras de un avión para hacer lo que es debido, yo debo fabricar las balas con las que te defenderás.
Nesty la miró y la abrazó dándole un profundo y sentido beso.
Una compañía de héroes © Francesc Marí, 2016. Imagen: War Soldiers © ThePixelman, 2014.