Alejándonos de las numerosas películas de romanos, llamadas péplum, en que las ruinas o las reproducciones de estas se llenaban de extras para realizar grandes batallas o paradas militares, nos desplazaremos a otro género en que Roma se convierte en algo más que un escenario, en un personaje estático, que sin él la magia transmitida a través de los fotogramas no sería posible.
En 1953, William Wyler realizó la que es tal vez la primera comedia romántica de la historia, la que marcó los pasos y los ritmos que se han repetido en todas las posteriores. En ella una joven princesa europea, Anna, harta de ir de capital en capital sin ver la ciudad sino tan solo los salones de las recepciones, decide escaparse de sus criados y vigilantes, viéndose completamente libre en mitad de Roma. En su camino se cruza Joe Bradley, un periodista oportunista que reconoce a la princesa, pero en lugar de llevarla de nuevo a la embajada o avasallarla a preguntas, junto con un amigo fotógrafo, decide hacer su sueño realidad, pasearse por la ciudad como una turista más.
Este film fue un golpe de efecto en todos los sentidos, pocos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de las producciones eran deprimentes alegorías de la posguerra, todas con un marcado contenido crítico con la situación que vivía el mundo, y sobre todo Europa, después de la guerra, pero Wyler quiso ver el lado bueno de la Europa de la posguerra y no dudó ni un instante en rodar íntegramente todo el film en Roma, nada de escenarios ni de fondos falsos, ¿el porqué? Quería que la ciudad fuera el tercer protagonista. El film fue todo un boom ya que, junto al respetado Gregory Peck, se estrenó en un papel protagonista la joven belga Audrey Hepburn, que triunfó de tal forma que tardó poco en llegar al estrellato.
Wyler, como ya hemos dicho, quería que la ciudad fuera el tercer protagonista del film, por lo tanto, no quería rodar en escenarios de cartón piedra que todo el mundo vería que eran falsos, sino todo lo contrario, quería vivir el rodaje a pie de calle, que los protagonista se mezclarán con la ciudad y se divirtieran en ella, ya que ¿qué mejor forma de representar la ciudad del Tíber, que con sus propias paredes?
Vacaciones en Roma
El título —tanto el original, como la traducción— lo dice todo, Vacaciones en Roma. Una joven que nunca ha disfrutado de unas vacaciones de repente se encuentra en medio de una ciudad desconocida con un guía gratis, que la lleva por los lugares más típicos y turísticos, para que disfrute de la bellezza romana.
Cuanta gente, después de ver el film, no ha soñado con recorrer las calles adoquinadas montado en una Vespa y disfrutar de todos los monumentos y lugares que nos ofrece la capital italiana.
Después de pelearse con su criada por no poder salir a la calle y de tomarse unos somníferos para tranquilizarse, la joven Anna, decide escaparse de la embajada de su país para recorrer las calles de la «ciudad eterna», pero debido al medicamento su viaje es corto y acaba durmiéndose en los bancos que rodean el Foro Romano, una escena de noche en que los restos de las edificaciones, con las pocas columnas restantes en pie ofrecen un extraordinario escenario para el primer, y cómico, encuentro de la pareja protagonista. Es entonces cuando el periodista desafortunado en el juego se cruza con ella, y como no consigue sonsacarle donde vive, se la lleva a su casa.
La residencia del periodista, un modesto apartamento con una sola habitación en via Margutta, 51, muy cercana a la Piazza di Spagna, donde aún hoy se puede disfrutar de un clásico patio interno a la italiana.
Pero el giro turístico no termina aquí, ya que es a partir de que la joven Hepburn se despierta cuando empieza el auténtico viaje, al despedirse del periodista, va a la Fontana di Trevi, considerada una de las fuentes monumentales más hermosa del mundo, donde mientras ella se corta los cabellos y se viste para pasar desapercibida entre las jóvenes italianas, Gregory Peck intenta conseguir las primeras fotos de la princesa con una cámara robada de una niña, lo curioso de la escena es que las dos niñas, la de la cámara fotográfica y la que avisa a la profesora, son las hijas del director.
Al ver que no consigue fotografías por su cuenta, Joe Bradley, fuerza un reencuentro con Anna, y se ofrece como guía para que visite la ciudad, así su amigo y compañero fotógrafo, Irving Radovich, consigue las cotizadas imágenes de la escapada de la princesa. Que mejor lugar que en las escalinatas de la Piazza di Spagna donde tomando un helado ambos empiezan a crear un vínculo afectivo, que crece a medida que avanza el film, convirtiendo los intereses del periodista —un tanto cara dura— en algo más que se percibe, pero no va más allá.
El Caffé Rocca —local que ya no existe en la actualidad— sirve de lugar en que los tres protagonistas se reúnen para tomar un aperitivo y así proseguir con la acelerada ruta por Roma, esta no puede ofrecer mejor fondo para que suceda esta escena que la columnata del Panteón, antiguo templo romano que observan mientras toman café y champán, en el caso de ella.
Como sucede en todos los viajes a la «ciudad eterna», no puede faltar un breve paseo por los monumentos históricos levantados siglos atrás, y que mejor que el símbolo turístico internacional de Roma, el Coliseo, para que Anna descubra los secretos de la Antigua Roma.
Pero el gran momento del film, el que todo el mundo recuerda, es en el que ambos personajes van a la Bocca della Verità, cuando una desconfiada Audrey Hepburn observa atemorizada la mano de Gregory Peck mientras este la introduce en la boca de la inmensa roca, dando lugar a uno de los sustos más famosos del séptimo arte. Lo curioso es saber que esta piedra es una tapa de alcantarilla que se quedó en la entrada de la iglesia de Santa Maria in Cosmedin, hasta que se hizo popular entre los viajeros, pero fue después del film de Wyler que esta volvió a incluirse en las rutas turísticas. Además, la mítica escena es en realidad una broma real que le hizo Peck a su joven compañera de reparto, pero la reacción de Hepburn gustó tanto al director que este no dudo en incluirla… y un servidor no pudo evitar repetir cuando estuvo allí con su pareja, y, aunque ella se lo esperaba, se asustó igual, la tentación era demasiado grande.
Este día de vacaciones termina en un embarcadero utilizado como discoteca en una de las orillas del Tíber justo debajo del puente que lleva al Castel Sant’Angelo, velada que termina en una pelea digna de las mejores películas de acción. Hoy en día el embarcadero en cuestión ya no existe, pero en la misma orilla y en la contraria hay varios lugares parecidos donde se puede vivir una hermosa puesta de sol con el castillo a las espaldas.
La entrañable pareja, acompañada por el fotógrafo, después de conocer toda la verdad se despide de forma muy tierna en el Palazzo Colonna, cerca de la Fontana di Trevi, lugar donde la princesa Anna da una rueda de prensa para esclarecer los hechos de su misteriosa enfermedad, y despedirse de sus compañeros de viaje, mientras estos le ofrecen un hermoso recuerdo del maravilloso día de vacaciones que ha vivido en Roma.
Roma, actor de fondo
Después de ver el hermoso recorrido que hacen nuestros protagonistas por la ciudad eterna, muy recomendable para todos aquellos que viajen a la capital italiana, vamos a completar lo que podríamos llamar la «filmografía principal» de Roma.
Como hemos podido comprobar, a pesar de estar en blanco y negro, Vacaciones en Roma nos transmite una ciudad viva, con mucho color, con vida, alegre, y feliz a pesar de los duros momentos que está viviendo. Pero tan solo cinco años antes la ciudad se había vestido del deprimente gris de posguerra para presenciar como Antonio busca una bicicleta robada, sin la que su trabajo y su vida no pueden seguir adelante, en El ladrón de bicicletas. Este film de Vittorio De Sica nos muestra la cara más amarga de la Roma de posguerra, en la que un objeto tan intrascendental como una bicicleta se vuelve la forma de vida de un hombre y su familia. Una obra culmen del neorrealismo italiano, que se aleja de la vitalidad de la obra de Wyler, haciéndonos ver que no todas las ciudades idílicas tienen en ellas historias felices. Además, este film, a pesar de ser un paseo por Roma, no transcurre en los lugares turísticos, sino no todo lo contrario, recorre las calles del Trastevere.
Roma ha vuelto a aparecer ante los ojos del espectador en Ángeles y demonios, film basado en la novel homónima de Dan Brown, en la que Tom Hanks, en la piel del Dr. Robert Langdon recorre las calles de la ciudad en busca de innumerables pistas sobre un enigma milenario. Curiosamente estas pistas y enigmas se hallan en los monumentos e iglesias más turísticas de la capital romana, desde el Vaticano, a la Piazza Navona, o el Panteón. Una vez más Roma se convierte en la musa de algún director, ya que mientras narra la historia no duda en mostrar las facetas más hermosas de la ciudad, desde sus monumentos a la forma de vida que se lleva en ella.
Pero aquí no se detienen las películas han tenido Roma como escenario, desde una de las obras maestras de Federico Fellini, La dolce vita (1960), hasta El furor del dragón (1972) de Bruce Lee, han recorrido todas las calles y rincones de la ciudad.
Está claro que Vacaciones en Roma se ha convertido en un film de referencia, tanto como guion para mostrar la capital italiana a través del séptimo arte, de una forma hermosa y realista a la vez, como película en si, ya que muchas de las escenas, des del clásico susto de Audrey Hepburn en la Bocca della Verità hasta la pelea en las orillas del Tíber, han pasado a la historia del cine. Además, en su momento supuso todo un descubrimiento, tanto por el talento de la joven actriz belga, como por la reformulación de las comedias y filmes en general de carácter romántico, ya que por primera vez en una peli del género da un giro de guión inesperado, sorprendiendo hasta el espectador más experto.
Roma al igual que París y otras capitales europeas, incluso mundiales, es un escenario excelente para rodar un sinfín de historias, comedias, romances, intrigas, dramas, etcétera, etcétera. Su calles, que no han cambiado muy poco desde hace décadas, ofreciendo un fondo sin parangón para que los personajes vivan las más impresionantes historias, y para que los viajeros cinéfilos viajen a esta bella ciudad intentando encontrar a Anita Ekberg paseando dentro de la Fontana di Trevi, a los protagonistas de Roman Holiday montados en una Vespa, o a Tom Hanks descifrando enigmas por toda la ciudad, pero lo que no saben es que en ella cada uno puede escribir su propia aventura.