Solo con hacer una rápida búsqueda en cualquier base de datos de cine, como IMDb, veremos que la capital de la Serenísima República ha sido escenario de más de quinientos títulos entre películas y series de televisión, sin embargo, sería pretencioso afirmar que todos ellos muestran la ciudad de los canales en todo su esplendor.
El primero y el más claro ejemplo de este hecho es la serie de películas de la televisión Comisario Brunetti, basados en los libros de la escritora estadounidense afincada en Venecia, Donna Leon; y es que cuando lees alguno de sus libros puedes comprobar que, si Brunetti es su personaje, ella le escribe a Venecia, y es algo que se ve perfectamente reflejado en la serie de televisión. Gracias a ella nos transportamos hasta la ciudad de los canales para tener una visión muy realista de la ciudad, alejada de los tópicos de los turistas y de las grandes producciones.
Algunas de estas grandes producciones de estilo hollywoodiense no son otras que las películas de la saga James Bond. Desde su segunda entrega, Desde Rusia con amor (Terence Young, 1963) 007 ha utilizado Venecia como escenario hasta tres veces, en la primera ocasión no fue más que unos minutos. La escena inicial, justo después de los créditos, en los que un plano aéreo de la entrada al Gran Canal y a la torre de la Piazza de San Marco, se convierte en el contexto perfecto para dar inicio a la historia; para regresar al final de la película en una escena de apenas cinco minutos, en la que Bond y la chica de turno se despiden del espectador a bordo de una lancha que pasa por debajo del Puente de los Suspiros, a la vez que se adentra en la Laguna dejando atrás el Palazzo del Dux, San Marco, en un perfecto happy end al más puro estilo americano.
Bond volvería a Venecia en la piel de Roger Moore en Moonraker (Lewis Gilbert, 1979), en la que, dejando romanticismos a parte, tras dar un buen repaso a la arquitectura más típica de la ciudad, se dedicaría a destrozar un museo de cristal de Murano al pelearse con un luchador de kendo, rematándolo al arrojarlo por el cristal de la Piazza San Marco. Para después emprender una trepidante persecución a bordo de una góndola tuneada por Q, que incluso se convierte en un hovercraft.
La última vez que Bond pisó Venecia fue en 2006, cuando Daniel Craig se estrenó en el papel en Casino Royale (Martin Campbell), y dudo que vuelva, porqué si Roger Moore destrozó todo un museo, Craig se llevó por delante un edificio entero hundiéndolo en las aguas del Gran Canal. Pero antes de esto, Daniel Craig y Eva Green llegarán a la ciudad en velero, brindando una esplendorosa visión de la ciudad; pero tampoco se olvida de elementos tan esenciales para el aspecto de la ciudad como las góndolas, las verdulerías flotantes, San Marco y los turistas, turistas por todas partes. A pesar de que Venecia es una de las ciudades del amor, en Casino Royale se convierte en el escenario final del drama de James Bond.
Alejándonos de 007, otra de las producciones que utilizó Venecia como fondo para su historia fue el remake de The Italian Job, dirigida por F. Gary Gary en 2003. En la escena inicial de quince minutos, las cámaras recorren los habituales escenarios de la ciudad: Piazza San Marco, la iglesia de San Barnaba, los canales, el Gran Canal, la Punta Dogana, aprovechando cualquier elemento para una persecución con lanchas, como las barcas-verdulerías y los basureros.
Hasta ahora hemos mencionado películas que, a pesar de mostrar levemente Venecia en apenas unos minutos, existen otras en que la ciudad es generada completamente por ordenador. Una de ellas es La liga de los hombres extraordinarios, en la que no ser rodó ni una sola escena en la ciudad, pero una parte importante de la historia transcurre en sus calles y canales. En esta película veremos la Venecia de finales del siglo XIX, en la que un inmenso Nautilus pasa por los estrechos canales rozando el puente de Rialto —que ya no está en el Gran Canal— justo en pleno carnaval. Una de las pegas de esta película, respecto a los que nos concierne, es que se desvirtúa el tamaño de la ciudad, dándole grandes calles y plazas porticadas para que haya cabida para todas las escenas de acción que sean necesarias.
Sin embargo, eso es algo completamente prescindible, como bien nos demuestra Steven Spilberg en Indiana Jones y la última cruzada (1989), que utilizó los muelles de Tillbury, en Essex, para rodar la persecución entre Indiana Jones y la Hermandad de la Espada Cruciforme, sin necesidad de efectos digitales apelmazados. Sin embargo, aunque solo fuera durante un día, se rodó la llegada de Indiana a Venecia en el Gran Canal, y varias tomas mientras los actores paseaban por una de sus calles, sin olvidar la pieza esencial de la trama de la película la iglesia de San Barnaba, que se convierte en una Biblioteca que da acceso a las catacumbas de Venecia, en las que, además de ratas, también podemos encontrar… ¡petróleo!
Pero de esta película nos quedamos con algo que dice su protagonista, justo cuando su co-protagonista le está dando un beso, no puede evitar decir: «¡Me encanta Venecia!».
Para seguir adelante y llegar a la película que nos interesa, debemos quedarnos con esta idea tan bien expresada por Indy. Venecia tiene algo especial que la hace diferente a otras muchas ciudades, y para ello debemos recordar una pequeña conversación, que tiene lugar hacia el final de la película de The Tourist, entre el personaje de Paul Bettany y el de Rufus Sewell: «—A ver si lo entiendo, porqué estoy… Estoy un poco confuso. Usted recibió dinero de un hombre al que no había visto nunca y que le envió mensajes de texto diciéndole que se presentara en un sitio cualquiera. / —Bueno… No un sitio cualquiera.».
Y es que Venecia no es un sitio cualquiera… ¡Por Dios! Si en lugar de calles tiene canales, no puede ser un sitio cualquiera. En The Tourist descubrimos esta Venecia tan especial, hasta ahora hemos hablado de películas que utilizan Venecia como escenario, aunque podrían tener lugar en cualquier otro lugar, sin embargo, The Tourist convierte Venecia en su único escenario posible. A pesar de que la acción nace en París —que también retrata de forma bastante interesante, mostrando la ciudad de la jet-set—, la mayor parte de la película transcurre en la ciudad de los canales. Pero esta sensación de viaje no solo tiene lugar cuando la historia llega a Venecia, ya desde un principio, tras una breve estancia en París, tomaremos un Eurostar que nos llevará directamente a Venecia a través de la campiña francesa, convirtiendo un mero viaje en tren en todo un placer.
The Tourist llega a Venecia de un modo poco habitual hasta entonces, en tren por la estación de Santa Lucía, una de las puertas del lugar mágico que es la ciudad, a la vez que nos muestra en un plano aéreo el escenario que les espera a nuestros protagonistas. Pero en seguida montaremos en una de las clásicas lanchas con acabados de madera que circulan por los canales a modo de taxi, hasta llegar al hotel, y no un hotel cualquiera, sino uno de los mejores de la ciudad, el Hotel Danieli, que, si bien tiene unas grandes vistas del Gran Canal y la Laguna, es físicamente imposible que pueda ver desde sus ventanas el puente de Rialto, ya que se encuentra al otro extremo de la ciudad… Pero bueno, se le perdona a la película, por el bien del clímax, ya que esa toma es la carta de presentación perfecta para Frank, nuestro turista, que descubre Venecia en la mejor de sus caras. Y, como colofón, que mejor manera de terminar el primer día en Venecia que cenando en una terraza de un restaurante mientras las luces se reflejan en las aguas del Gran Canal.
Llegados a este punto de la película, la verdad sea dicha, no hemos podido descubrir demasiado de los reclamos turísticos de la ciudad, pero si de la esencia de la ciudad, ese punto medio entre el romanticismo y la melancolía.
Será a partir de la mañana siguiente cuando a Frank le toque hacer el turista, aunque sea corriendo por los tejados con viejas tejas, con la tendrá una visión magnífica de los canales y de la típica arquitectura veneciana, antes de ser detenido por la policía.
Como no podía ser de otro modo, cuando no nos damos cuenta tras los actores aparecen lugares de la ciudad, desde la Piazza San Marco y el Palazzo del Dux, hasta los estrechos callejones, en los que apenas cabe la cámara, pasando por todo el repertorio de lugares habituales, ya que, si bien la ciudad es muy habitual en el cine, tiene un grave problema para el rodaje: el espacio. Debido al espacio necesario para todo el equipo de rodaje, son muchos los lugares de Venecia que repiten en diversas películas, ya que, como aquellos que han estado en Venecia ya sabrán, la mayoría de las calles y canales son más bien estrechos y casi impracticables a pie, por lo que los que si disponen de espacio, como San Marco, San Barnaba, el Gran Canal o el Mercado de Rialto son usados hasta el infinito.
Dejando de lado un poco la ciudad que nos muestra The Tourist, un elemento que está brillantemente buscado es la caracterización de Frank Tupelo como el típico y tópico turista americano. Para empezar, a pesar de estar en Italia, no hace más que hablar en portugués constantemente, metiendo en el mismo saco a todos los países del sur de Europa; a la vez que cuando pide ayuda por que lo persiguiendo, los trabajadores del hotel se lo toman a pitorreo por se americano, ya que siempre están exagerando. Para terminar, y volviendo a lo que nos interesa, a pesar de que The Tourist está repleto de acción e intriga, a través de esta película descubrimos la Venecia más romántica, en la que todo puede ocurrir y en la que cualquier historia de amor, por muy extraña que sea, puede tener su final feliz.