
Warfare: Tiempo de guerra es una de esas pelis que no va a gustar a todo el mundo, ni pretende hacerlo. No se disfruta, se sobrevive. Alex Garland y Ray Mendoza no han querido hacer una película bélica más; han hecho una experiencia que te mete de lleno en el horror, sin guiarte de la mano, sin explicarte nada, sin ofrecerte consuelo.
Ambientada en Ramadi (Irak) en 2006, Warfare sigue a un pelotón de marines durante una misión de vigilancia que sale muy mal. Lo interesante es que el espectador no sabe gran cosa de su objetivo, ni de los personajes, ni del contexto geopolítico, simplemente estás ahí, en medio del infierno. La película transcurre casi en tiempo real, con un ritmo seco y agobiante que transmite lo que Garland y Mendoza buscan: que entendamos cómo se vive la guerra desde dentro, desde el caos, la confusión y el miedo puro. Sin filtros ni heroicidades.
Lo más llamativo es su realismo. La película huye de los clichés del cine bélico tradicional: aquí no hay planos a cámara lenta de balas surcando el aire ni frases patrióticas para enmarcar. No hay música –salvo en los créditos iniciales y finales– y eso refuerza la atmósfera opresiva. Todo se apoya en el sonido ambiental, en los gritos, en las órdenes a medias, en los disparos que no sabes de dónde vienen. Estás allí con ellos, arrastrándote por un suelo lleno de escombros y miedo.
El reparto está formado mayormente por actores jóvenes —muchos de ellos apenas conocidos para el gran público—, lo que transmiten no es solo intensidad, sino una humanidad muy palpable. Will Poulter, Cosmo Jarvis, Joseph Quinn, Charles Melton, Kit Connor… todos están sobresalientes. No interpretan soldados de manual, sino chavales llenos de dudas, miedo y rabia.

Esto no es Top Gun, ni Salvar al soldado Ryan, ni Black Hawk derrivado, tampoco es una misión del Call of Duty o del Battlefield. Warfare no tiene aspiraciones heroicas, ni un mensaje claro más allá del trauma, el sinsentido y la claustrofobia del combate moderno. Puede que a muchos les parezca fría o incluso frustrante. Está hecho así. No empatizas con los personajes porque ellos tampoco tienen tiempo de construir relaciones: están intentando no morir.
Y eso es lo que hace de Warfare una experiencia distinta. Una que te arrastra, te inmoviliza y te deja, al final, helado. Sin discursos. Sin moraleja. Solo con la certeza de que la guerra es algo que nadie debería romantizar. No es una peli fácil de ver, pero es que tampoco pretende serlo.